J.J. Abrams dirige y coescribe la tercera entrega de «Mission: Impossible» que protagoniza y produce el actor Tom Cruise. Abrams (Nueva York, 1966) es probablemente el creativo de ficción televisiva más valorado del momento, gracias a series como «Felicity», «Alias» y «Perdidos».
180 millones de dólares se han invertido en la película que nos presenta al dinámico superagente Ethan Hunt muy enamorado de una dulce pediatra. Hunt ha dejado las misiones y lleva una vida más ordenada como entrenador de agentes. Pero un inesperado acontecimiento le obliga a regresar al trabajo de campo.
El fichaje de Abrams pretendía recuperar el tono dramático del original haciendo compatible un buen diseño de personajes y unos conflictos sugestivos entre ellos, sin descuidar la acción tirando a aparatosa, que es lo que está de moda. El modelo que imitar, tanto para el desarrollo de la historia como para su realización, era «Alias», la serie sobre una agente doble protagonizada por Jennifer Garner. Pues bien, M:I:III se parece mucho a un capítulo de «Alias», pero no de los mejores. El guión (de los autores de las recientes «La isla» y «La leyenda del zorro») mejora pero no lo suficiente, en parte por el efecto devorador de las cuatro grandes secuencias de acción, que acaban fagocitando la ya de por sí escasa entidad de los protagonistas, simples muñecos que vuelan, disparan o manejan aparatos de alta tecnología. Una de las secuencias de acción tiene lugar en el Vaticano y es uno de esos alardes de estupidez macarra y analfabeta que caracterizan al peor cine comercial norteamericano.
El reciente ganador del Oscar Philip Seymour Hoffman encarna a un villano despiadado y perverso, con presencia, pero demasiado esquemático. Es justamente esquematismo lo que sobra a esta película de acción tecnológica con un Cruise menos expresivo que otras veces, en plan amo y señor, que para eso es el que pone el dinero.