La soledad, la incomunicación, la fragilidad de la existencia humana marcan la primera mitad -Morir- de esta película. En ella se describen, sin conexión entre sí, con creciente crudeza visual y en riguroso blanco y negro, las muertes abruptas de siete personajes con fuertes conflictos dramáticos: un director de cine en crisis creativa que relata a su esposa una genial idea de guión; un heroinómano profundo que desprecia la desesperada ayuda que le ofrece su hermana; una niña que se atraganta mientras discute con su posesiva madre; un enfermo que no llega al botón de alarma de su habitación de hospital; una mujer alcohólica y neurótica que cree ver los fantasmas de sus padres y simula largas conversaciones telefónicas; un joven motorista que es atropellado por una policía ansiosa de acción; y un ejecutivo que se enfrenta con un irónico asesino a sueldo.
El color irrumpe con fuerza en la segunda mitad -No morir-, donde se hilvanan hacia atrás las anteriores historias, partiendo de un final feliz de todas ellas, lo que permite explorar las consecuencias de la solidaridad.
En esta adaptación de la original obra teatral Morir (Un instante antes de morir), de Sergi Belbel, el catalán Ventura Pons mantiene el vigor y la hondura de sus últimos films: Actrices, Caricias, Amigo/Amado. Como en ellos, se le pueden reprochar ciertas superficialidades de fondo y un lenguaje a veces muy descarnado. Además, aquí abusa en la primera mitad de la cámara en mano y del subrayado desgarrador, a veces casi inaguantable. Y en la segunda parte, la planificación y el tratamiento del color padecen una cierta blandura, casi televisiva.
Pero, sin duda, su estructura narrativa es originalísima, casi todas las interpretaciones son magníficas -aunque alguna resulta teatral-, la puesta en escena toca a menudo fibra sensible, y su postrero alegato fantástico-solidario -similar al de Frank Capra en ¡Qué bello es vivir! o al de Edgar Neville en La vida en un hilo-, resulta muy sugestivo, sobre todo porque se asienta en dos ideas atractivas y rotundas: siempre tenemos una segunda oportunidad y «para ayudar a la gente hay que meterse en la mierda». A más a más, uno de los relatos hasta llega a plantear con seriedad una intervención directa de la providencia divina.
Todo esto, no oculta los defectos citados, pero los compensa bastante, hasta convertir la película en una de las propuestas narrativas y dramáticas más interesantes del último cine español.
Jerónimo José Martín