Quizá la película más arriesgada de Steven Spielberg, superior en audacia a La lista de Schindler. El cineasta utiliza como telón de fondo, fragmentado a lo largo de todo el metraje, los trágicos sucesos de las Olimpiadas de Múnich de 1972, cuando un grupo terrorista palestino, Septiembre Negro, secuestró y asesinó a 11 atletas israelíes. Y coloca en primer término la respuesta de un grupo de cinco agentes, encargados por el Estado de Israel de eliminar, extraoficialmente, a los autores intelectuales del atentado.
Con tales elementos tenemos una película vibrante, de cámara nerviosa y estudiada frialdad, que no deja momentos de respiro. El espectador comparte el desasosiego de los personajes, su tensión es la nuestra. Y la violencia, terrible –nunca habíamos visto tanta brutalidad en un film de Spielberg–, recuerda que quitar la vida a un semejante pasa inmediata factura también al ejecutor.
Al arrancar el film, se nos advierte su inspiración en los sucesos de 1972. La realidad compleja, y más si no acontece a la luz del día, es difícil de aprehender. George Jonas, autor del libro del que arranca el guion de Tony Kushner y Eric Roth, se queja de distorsiones, como los remordimientos de Avner, líder del comando, que aplica a su modo la ley del talión.
Resulta difícil juzgar sobre la precisión en hechos tan oscuros, pero Spielberg sale airoso de su meta principal: hablar de la repercusión mediática instantánea del terrorismo actual; y mostrar que la venganza justiciera, fría y fuera de la legalidad, no logra sus objetivos (la violencia aumenta) y provoca un vacío interior en sus ejecutores que nada –tampoco la vida familiar– puede llenar.
Se ha acusado injustamente al director de equiparar Septiembre Negro y Mossad: en realidad Spielberg no cuestiona el patriotismo y la sinceridad con que los protagonistas sirven a su país; ni que sus acciones sean una respuesta: sacan el ojo y el diente al que antes hizo lo mismo. Aunque, siguiendo las citas bíblicas, sí señala que “quien a hierro mata, a hierro muere”.
Hay sinceridad en el cineasta e ideas para el debate. La violencia deshumaniza, y en la discutida escena en que los agentes israelíes comparten apartamento con terroristas palestinos, plantea el riesgo de que la línea que los separa se desdibuje. Lo vemos en las discusiones del grupo israelí, estupendo reparto, o cuando un agente rechaza el detalle pudoroso de cubrir el cadáver desnudo de una asesina, algo que luego cargará su conciencia. Spielberg ha hecho una película poderosa, su dominio cinematográfico es innegable. Que su trabajo sea el definitivo sobre el terrorismo es otro cantar. No lo es, ni creo que él pretenda tal cosa.