Director: Stephen Frears. Guión: Steven Knight. Intérpretes: Audrey Tautou, Chiwetel Ejiofor, Sergi López, Sophie Okonedo, Benedict Wong. 97 min. Adultos.
Londres, año 2002. Okwe, inmigrante ilegal nigeriano que trabaja como chófer de un minitaxi y como recepcionista de noche en un hotel; comparte piso con Senay, joven turca que huyó de su país para que no la obligaran a casarse. Una noche, Juliette, prostituta del hotel, le pide que revise el cuarto de baño de una habitación: el retrete está atascado. En pocos minutos descubre la causa del bloqueo: un corazón humano. Nadie, ni siquiera la mujer que ha dado el aviso, parece saber nada.
Tal es el punto de partida de un sorprendente thriller doblado con la tragedia de la inmigración. Además de los tres personajes mencionados, protagonizan la historia un ruso, Iván, portero de noche del hotel; un chino, Guo Yi, que prepara cadáveres en la morgue, y un español, el señor Juan, gerente del hotel, con un histriónico Sergi López en un dudoso papel.
El inglés Stephen Frears (Las amistades peligrosas, Héroe por accidente, Café irlandés) es, a sus 63 años, un excelente narrador, y hasta sus peores películas se ven con agrado. En este caso cuenta con un buen guión (candidato al Oscar y al Mejor Guión del cine europeo el año 2002) que reconcilia al espectador con el cine: no conviene desesperar, todavía se pueden contar buenas historias. Los protagonistas son seres de carne y hueso, bien perfilados, con personalidad, y están próximos al espectador. Aunque apenas hay imágenes que ofendan, el submundo sórdido en que se mueven los personajes es lastimoso: cada uno intenta hacer el bien como puede, aunque otra cosa es que sepan qué es lo que conviene hacer. Cabe destacar la gran interpretación del anglo-nigeriano Chiwetel Ejiofor, que encarna a Okwe y es el soporte de la historia. La narración fluye con facilidad pasando de una oscura intriga, supuestamente un thriller, a una trama policíaca más corriente -y mucho más humana- a cargo de los agentes de inmigración. En algún punto las dos tramas coinciden y la intensidad dramática se dispara.
Fernando Gil-Delgado