Repetirse o no repetirse, he ahí el dilema. M. Night Shyamalan, que escribe, dirige y produce este film, lo tiene claro: él no se repite, aunque sus detractores se empeñen en ver otra cosa. Lo que sí hace es aprovechar un género inmensamente popular, el de suspense, para abordar cuestiones de entidad e interpelar al espectador. Y cuenta con el uso de caminos narrativos inesperados, que enganchan. Por eso la experiencia de ver sus filmes sin saber mucho de ellos, apenas lo imprescindible, se agradece. Se disfrutan más.

Finales del siglo XIX. Un pueblecito aislado, rodeado por un bosque. Sus habitantes viven en alegre camaradería, todos se conocen, con frecuencia comparten comidas al aire libre. Son gobernados por un grupo de mayores, que resuelven los problemas de la comunidad. Y han acordado no salir nunca del pueblo, pues en el bosque habitan unas horribles criaturas, «los que no se pueden nombrar». Mientras no traspasen los límites del villorrio, podrán vivir en paz. Pero de lo contrario…

Nuevos desafíos para Shyalaman, brillantemente superados. El primero, crear su primera protagonista femenina fuerte, el de la ciega Ivy. Tal personaje sirve para plantear la existencia de varios tipos de ceguera; y conduce a una delicada historia de amor, con la escena del porche, resuelta con maestría. Y hay aún más amores, amores secretos no confesados. Y secretos, secretos no comunicados. Porque la cuestión de la transparencia, de mostrar las cosas como son, de hablar claro, sigue presente en el cineasta de origen indio.

Y luego está el miedo. Miedo distinto del terror (aunque hay un pasaje en el bosque, donde Ivy bien podría ser bautizada como «Caperucita amarilla», de enorme fuerza, capaz de asustar a cualquiera), y de más largo alcance de lo que podría parecer. Se trata del miedo al exterior, a un peligro que nunca ha sido afrontado en serio. Permanecer enclaustrados en el pueblecito tiene contrapartidas: faltan las medicinas, y otras cosas buenas, a las que se ha renunciado para evitar a los monstruos.

Controlar esta historia no es tan sencillo. Para crear la atmósfera precisa, la puesta en escena es esencial. Y el director sabe mover todas sus fichas: el sonido y la música, tan cruciales en su cine; los movimientos de cámara, con un inesperado uso del zoom; el diseño artístico del pueblo, en localizaciones invernales, y no en estudio… Los personajes y su desarrollo son importantes. Shyamalan sigue probando que es un excelente director de actores. En el film reúne a un reparto de aúpa, que maneja bien, e incluso se permite jugar a lo Hitchcock en «Psicosis», con la desaparición a mitad de trama de un actor. Mención especial merece Bryce Dallas Howard (Ivy), que borda su papel. El director descubrió a la hija de Ron Howard en una obra de teatro en Broadway, y enseguida Lars von Trier le ha dado en «Manderlay» un papel que era para Nicole Kidman.

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