«Una pesadilla numérico-apocalíptico-urbano-paranoica». Así define esta película su propio creador, el debutante Darren Aronofsky, joven cineasta estadounidense que ganó con ella el premio al mejor director en el Festival de Sundance 1998.
Describe la angustiosa espiral hacia la locura de un joven y solitario matemático que se obsesiona con la idea de que el número pi oculta la clave numérica para entender todo el aparente caos que domina el universo. Siguen de cerca sus investigaciones unos agresivos ejecutivos de Wall Street, un ortodoxo grupo hasídico de estudiosos de la cábala y un matemático que supo retirarse a tiempo.
La película ha sido realizada con solo 70.000 dólares -la mayoría donados por familiares y amigos de Aronofsky-, en un riguroso blanco y negro, de contrastes brutales, y con una agobiante partitura de Clint Mansell, plagada de música techno. El caso es que, a pesar de sus excesos formales -que, a ratos, hacen muy incómoda su visión-, ofrece unas interpretaciones excelentes y resulta muy eficaz en su delirante estética expresionista. Además, acaba por convertirse en una sugestiva parábola, muy borgiana, contra el cientifismo radical, el materialismo capitalista y el fundamentalismo religioso.
Jerónimo José Martín