Con 600 millones de dólares en taquilla, Casino Royale, la entrega anterior de la saga Bond, supuso una revitalización que sacó a la serie de una trayectoria previsible y rutinaria, propiciando buenas críticas. El mérito correspondió, por este orden, al trío de guionistas, al buen trabajo de la pareja protagonista Daniel Craig-Eva Green y al oficio del director, Martin Campbell.
En la película n.º 22, protagonizada por el ahora impasible y pétreo agente secreto británico, los hábiles autores de la historia han seguido el esquema de la película anterior, con larguísimas secuencias de acción tremendamente espectaculares y una trama articulada, en la que vuelve a desempeñar un papel relevante una mujer, ahora la actriz ucraniana Olga Kurylenko, con un personaje menos agradecido y desarrollado que el de la contable Vesper Lynd en Casino Royale.
Si en la cinta anterior Bond era vulnerable por haber infringido la prohibición de enamorarse, en esta se le ve desencantado y, en el fondo, ansioso de venganza, lo que provocará problemas con su jefa. Y es que los guionistas se han tomado en serio -dentro de un orden- el desarrollo de un personaje que se han empeñado en enriquecer para lograr un cine de acción más estilizado y sugestivo. En este sentido, tiene gracia y es ingeniosa la forma en que Bond vuelve a la calma después de haber destrozado medio planeta.
Sorprende la renuncia casi completa al erotismo facilón en una película amena y menos estridente que la anterior (aun así, hay que decir que era mejor que ésta). Con opciones similares a la saga Bourne, cumple con creces su pretensión de resucitar a un personaje que llevaba décadas arrastrándose en la rutina.
