Réflections sur mon métierCarl Theodor DreyerPaidós. Barcelona (1999). 160 págs. 13 €. Traducción: Nuria Pujol.
París, 1926. Un director de cine danés. 37 años, rubio y serio; se apellida Dreyer. Está rodando una película en las naves de un estudio francés. Pide permiso para poder contemplar el rodaje de «Napoleón», la grandiosa película de Abel Gance, que se rueda en otro espacio del estudio. Por sus ojos azules desborda la pasión, el ascetismo de un hombre dispuesto a todo con tal de no disociar dos palabras que nunca quiere separar: cine y arte. Humilde, observador y reflexivo, Dreyer, aprende de todo y perfila su genio. El genio de un iluminado, de un explorador que se maravilla ante el trabajo de otro gran aventurero. Abel Gance dirige la escena de la reunión del Club de los Franciscanos, en la que el corso escucha, por vez primera, la «Marsellesa».
Cuando concluye la visita, Dreyer vuelve al decorado contiguo, pared con pared, para volver a su trabajo, a su película. Es una película que lleva a sus últimas consecuencias aquello de que el estilo es el vestido de los pensamientos. La película se llama «La Pasión de Juana de Arco».
Este libro resulta imprescindible para conocer las aportaciones de Carl Theodor Dreyer (1889-1968) al lenguaje del cine. Es la versión española del original francés editado por Cahiers du Cinéma. El libro alberga varias entrevistas con el director danés, así como algunos de sus artículos, declaraciones, cartas y críticas cinematográficas. La edición se completa con los testimonios de varios colaboradores de Dreyer.
La gozosa lectura de este libro lleno de sutileza ayudará a conocer mejor las opiniones de un creador excepcional, convencido de que la vida no tiene sentido sin el amor. Dreyer padeció una infancia sin amor y vivió en una Europa surcada por la injusticia y la violencia. Quizás por eso, y por su nacionalidad, se propuso utilizar el cine para indagar en los comportamientos morales y en las consecuencias del calvinismo y el protestantismo en la religiosidad cristiana de los países nórdicos.
Dreyer rechazó el cine como entretenimiento industrial y buscó el realismo metafísico como herramienta para alzar historias de hondo calado espiritual. Su excepcional dirección de actores exige siempre un pensamiento debajo de cada gesto, aunque el ritmo se ralentice o las palabras se pronuncien con sabor de liturgia. Con buen humor, y consciente de que su aprecio por el existencialismo religioso y moral de Kierkegaard podía pesar a más de un espectador, Dreyer respondía así a la última pregunta de un periodista, que le entrevistaba con motivo de su cincuenta cumpleaños: «- ¿Quiere usted decirnos algo más sobre sí mismo? – Sí, sólo una palabra: paciencia».
Alberto Fijo