Sherrie (Julianne Hough) es una joven de Oklahoma que llega en 1987 a Los Ángeles con el sueño de triunfar como cantante de rock. Nada más llegar a la gran ciudad, conoce a un Drew (Diego Boneta), también aspirante a cantante, que trabaja como camarero en el mítico bar de Sunset Strip donde debutó Stacee Jaxx (Tom Cruise), la gran estrella del firmamento musical. Sherrie se enamora de Drew, y es contratada para trabajar en el destartalado local, regentado por el viejo rockero Dennis (Alec Baldwin) y animado por el colgado Lonnie (Russell Brand). Allí, Sherrie y Drew podrían tener su oportunidad si el bar no es finalmente clausurado, como pretenden un grupo de mujeres puritanas, lideradas por Patricia (Catherine Zeta-Jones), la reaccionaria esposa del alcalde republicano de la ciudad.
Esta comedia musical del californiano Adam Shankman (Un paseo para recordar, Hairspray) padece los mismos defectos graves del famoso musical de Broadway en que se inspira, cuyo libreto es obra de Chris D’Arienzo, aquí coautor del tópico guión con Justin Theroux y Allan Loeb. Pesa sobre todo el retrato caricaturesco de todos los personajes, especialmente de las fanáticas puritanas, tras el que se adivina un rechazo frontal a la religión. De hecho, roza lo blasfemo su primer número musical en una iglesia.
Los demás personajes también son maltratados por el guión, que obliga al excelente reparto a una sobreactuación permanente, a menudo en situaciones tan obscenas, cutres o grotescas que provocan la vergüenza ajena. Así que sólo se salva la excelente banda sonora, con buenas canciones originales y magníficas versiones de clásicos del pop y el rock de los 80 –de Def Leppard, Twisted Sister, Journey, Foreigner, Poison, REO Speedwagon…–, en muchas de las cuales Tom Cruise se luce como cantante.