Shaun trabaja de aparcacoches en un hotel de lujo de San Francisco con su mejor amiga, Katy. Los dos, inmigrantes chinos, no tienen más objetivos en la vida que lo que les depare el día a día. Y así viven, tranquilos, hasta la mañana en que, de camino al trabajo en autobús, unos tipos duros reclaman a Shaun un colgante que lleva desde pequeño, regalo de su madre fallecida.
Si Viuda Negra era una rendija a la nueva fase del MCU, con Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos se abre una gran puerta a la nueva era de Marvel, donde, al parecer, el multiverso tendrá un importante protagonismo. No es que la historia cuente algo muy original, pero sí lo es el modo de presentarlo. Nunca antes habíamos visto, en el mundo marvelita, un cine al más puro estilo wuxia, que explota las artes marciales y recuerda películas como Tigre y Dragón o Hero; ni nunca antes había tenido un elenco tan importante de orientales. No en vano, algunos actores de aquellas dos repiten, como Tony Leung, el villano y padre de Shang-Chi, uno de los mejores intérpretes del cine chino actual, o Michelle Yeoh, protagonista de la película de Ang Lee.
La estructura sigue la clásica forja del héroe, tan habitual en películas como Spider-Man o Iron Man y, aunque le sobra algo de metraje, tiene buen ritmo. En ella vemos el crecimiento de un personaje –interpretado con acierto por Simu Liu– que huye de su pasado.
Uno de los puntos más interesantes de Shang-Chi es cómo el realizador Destin D. Cretton (Las vidas de Grace) y su guionista Dave Callaham (Wonder Woman 1984) nos adentran en el universo folclórico oriental de dragones, ciudades prohibidas y leones gigantes. Todo ello sin olvidar, por supuesto, lo que Marvel suele dominar: la mezcla de humor, acción, carisma y mucha humanidad.
Más allá del marketing y lo políticamente correcto –en cuanto a representación de minorías étnicas se refiere–, Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos es una película que funciona bien. Y enlaza perfectamente con lo que vendrá.
Jaume Figa Vaello
@jaumefv