Presentada en el Festival de Toronto, la última película de Paolo Sorrentino se centra en la compleja e histriónica personalidad de Silvio Berlusconi, il cavaliere, especialmente en el periodo de su máxima popularidad, entre 2006 y 2011. Y lo hace a través de la mirada de “los otros”: sus amigos, su mujer, sus enemigos, sus “velinas”.
La película –que en realidad se compone de dos partes, refundidas en un largometraje de 150 minutos– tiene algún acierto y muchos desaciertos. El primero de los desaciertos, esos extenuantes 40 primeros minutos en los que no aparece Silvio y que son una sucesión de fiestas y excesos. Con la aparición de Toni Servillo –Silvio–, la película es otra, más interesante. Pero con todo, a Sorrentino le priva el artificio y el cartón-piedra, le cuesta horrores profundizar un poco en la sátira, y convierte a su película en simplemente agotadora.