Julio Wallovits, publicista argentino, y Roger Gual, diseñador gráfico catalán, hacen su debut en el cine con Smoking Room. Y maravilla lo que puede hacer una mente creativa con poco dinero. Una cámara de vídeo al hombro, una oficina prestada y unos actores que no han cobrado por su trabajo dan como resultado un fascinante largometraje que respira verdad y humanidad por los cuatro costados. El mérito está en un guión sólido como pocos: diálogos auténticos que cuentan historias verídicas, entrañables, desgarradoras; diálogos que sostienen una historia en que se ve fluir la vida misma, llena de naderías importantes para las personas de carne y hueso. Esos duros diálogos son dichos por media docena de actores de una pieza, que bordan los personajes que encarnan. Vale la pena la película sólo por sus interpretaciones, todas ellas premiadas en el Festival de Málaga 2002, donde el film también ganó el Premio Especial del Jurado.
La historia narra cómo una empresa española, comprada por una multinacional estadounidense, pone en práctica la normativa vigente para toda la compañía: no se puede fumar en el interior. Uno de los empleados empieza a reunir firmas contra lo que considera injusto, ilógico, e imposición desde el exterior basada en la ignorancia de lo que sucede en el país. Al principio todos parecen secundarlo, pero, cuando va entrevistando a sus compañeros, uno a uno, todo son excusas. Finalmente, se echan atrás hasta los que habían firmado. Cada entrevista, cada negativa, manifiesta secretos y ambiciones, pequeñas intrigas, espíritus mezquinos, recelos, envidias… De modo que, en el fondo, no se trata de una película a favor del tabaco o de una habitación donde fumar, sino de una sutil, tierna y dura mirada al mundo laboral. Los directores han metido su cámara en una oficina, han retratado lo que han visto y el resultado es conmovedor. Todos los personajes son patéticos, reales, dignos de compasión, y, por eso mismo, al verles sufrir se produce una catarsis que invita a mejorar.
La puesta en escena, cámara en mano, utiliza casi siempre el primer plano corto o el primerísimo primer plano, para no dejar que se escape un gesto o una palabra de esos intensos diálogos que recuerdan a David Mamet. La banda sonora no existe, todo es sonido directo, con la excepción de la canción Hoy puede ser un gran día, que suena al final y que, en realidad, sobra; parece un efectista modo de limar tensiones al final del film.
En definitiva, un extraordinario documento, con una cierta crudeza verbal, pero que deja al espectador la impresión de haber asistido a algo grande y bello como es la verdad y la vida sin artificios.
Fernando Gil-Delgado