El veterano Zhang Yimou presenta su versión de un clásico de la historia china: la toma de la ciudad de Jing en el siglo III antes de Cristo. El rey Pei Liang es joven y débil; su general, el comandante Zhou, es el hombre del momento y quiere recuperar Jing. La corte está llena de espías y aduladores. Zhou se ha fabricado una sombra, un doble perfecto que, contrariando el querer real, ha retado al gobernador de Jing a un combate singular de cuyo resultado depende el futuro del reino.
Yimou maneja sin dificultad diversas líneas argumentales nada simples: el asedio a Jing; la historia del comandante, que tiene diversas prolongaciones: su genio y su devoción a su reino, su mujer y su doble; la trama del joven rey, inmaduro y débil, y la de su hermana, que parece más competente que él, aunque no tiene poder de decisión; y el tiempo que se agota; y la sombra que tiene personalidad propia y no es un simple títere en manos de su amo. Los silencios y los gestos son tan importantes como los diálogos.
La película avanza a ritmo de ballet. Las llegadas a la corte, los recitales de cítara, los entrenamientos para el combate, las batallas… están coreografiados con primor, en este caso con pocos figurantes y pocos colores. Porque Yimou ha realizado una película que parece en blanco y negro; la paleta fría y descolorida, la noche, los tonos grises, son reflejo del estado de ánimo general.
Todo es alusión al yin y al yang: el rey y su hermana –la mujer es fundamental en esta película–, el comandante y su sombra; la lealtad y la traición; la verdad y la mentira; el bien y el mal. Yimou es pesimista, pero tiene corazón y es un poeta.
