El prólogo –siempre hay un espectacular prólogo en las historias de James Bond– esta vez forma parte de la trama principal: Bond, por libre, persigue a un criminal italiano, portador de un siniestro anillo, en plena ciudad de México. Después seguirá su pista por Italia, descubriendo la existencia de una perversa organización llamada Spectre, que tiene múltiples ramificaciones por todo el mundo, y está controlada por viejos enemigos suyos. Una trama paralela muestra los problemas del servicio secreto británico, que quieren hacer desaparecer, al considerar las autoridades que sus “operativos” y métodos son cosa del pasado.
Sam Mendes, responsable de Skyfall, la anterior entrega de la saga Bond, había prometido que no volvería a hacer un 007. Pues bien, se ha desmentido y lo ha hecho a lo grande, con una película digna de su predecesora. Spectre, además, bien podría ser el broche final de 007 con Daniel Craig encarnando a este personaje. Este Bond ha conocido una evolución interesante, vuelve al punto de partida y, después de demostrar que tiene sentimientos, puede tomar las riendas de su vida que dejara en Casino Royale. Valga este comentario a favor del trabajo de este actor, que da profundidad a un personaje concebido inicialmente como un ser plano.
Llama la atención en esta entrega el trabajo de los guionistas para dar espacio a una serie de personajes que habitualmente no aparecen más que en breves momentos, y los actores responden al desafío: M (Ralph Fiennes) se convierte en agente de campo; Q (el joven Ben Whishaw) sale del laboratorio y demuestra que tiene mucho que aportar al servicio secreto. En el capítulo de chicas Bond, Monica Bellucci resulta, en su breve aparición, la más talludita de las mujeres que han optado a ese puesto, y está fantástica; Léa Seydoux, al contrario, ocupa el actual trono por derecho propio. Y el capítulo de los villanos también está servido.
Como en Skyfall, Mendes se muestra muy clásico a la hora de contar su historia, llenando la pantalla de guiños a las películas anteriores de la saga, especialmente de las protagonizadas por Roger Moore (Vive y deja morir, Desde Rusia con amor): no hay más que ver los coches, la gran secuencia del tren o el guiño a aquel villano llamado Tiburón.
La acción es impecable, y las dos horas y media se pasan en un vuelo. Pero además de dar diversión, la película se permite tratar el tema de la actual obsesión por la vigilancia y la seguridad, que suponen serios límites a la libertad ciudadana y pueden servir a oscuros intereses.
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