La serie Stranger Things es posiblemente uno de los grandes hitos de la ficción televisiva en 2016. Escrita y dirigida por los hermanos Matt y Ross Duffer, esta creación de Netflix relata una historia de ciencia ficción ambientada en un pueblo de Indiana (Estados Unidos) en los años ochenta.
Nos encontramos frente a una de esas series en las que no importa tanto la historia que se cuenta, como la mirada desde la que se está contando. Stranger Things no es solamente una serie de ciencia ficción, tampoco se limita contar las peripecias de una pandilla de amigos. La mirada nostálgica que impregna sus escenas es su ingrediente estrella, que ha atraído la atención de un público todavía cautivo por el aura mágica de los clásicos ochenteros de ciencia ficción. Y la magia no ha terminado: Netflix ha anunciado el estreno de la segunda temporada en 2017.
Un caramelo con sabor a Spielberg
El espectador adolescente –el más ajeno a esos años, salvo por la película Super 8– disfrutará de una historia de aventuras y sucesos paranormales con no pocas dosis de tensión y algunos momentos emotivos. No obstante, será el espectador adulto quien saboreará de verdad Stranger Things, pues reconocerá los hilos que tejen un rico entramado de guiños sutiles a tantos títulos de los años 70 y 80: Los goonies, Cuenta conmigo, Encuentros en la tercera fase o Alien: el octavo pasajero, entre otros. Aunque la palma se la lleva E.T., el extraterrestre (1982): cada capítulo contiene varias referencias al clásico de Spielberg, desde el descubrimiento de Once (Millie Bobby Brown) en el bosque hasta la imprescindible escena de la persecución entre furgonetas de agentes secretos y adolescentes en bicicleta.
Esta inquietante historia de ciencia ficción perdería su fuerza de no ser por la atractiva trama de amistad que vertebra la serie
Pero la mirada nostálgica no se limita a los guiños, también se palpa en la estética: los colores saturados, especialmente en los primeros capítulos, la tipografía de los títulos de crédito, la música de sintetizador o el uso de temas musicales de la época –año 1983: The Clash, Peter Gabriel, Joy Division, Foreigner, etc.– son algunas de las claves que definen un estilo muy concreto, que envuelve con mimo un sabroso caramelo que espera a ser paladeado.
“Los amigos no mienten”
Al igual que sucedía en los ochenta, uno de los principales atractivos de Stranger Things es la trama de amistad que vertebra la serie. La inquietante historia de ciencia ficción que recorre los ocho capítulos perdería su fuerza de no ser por la divertida relación de complicidad que une a Mike, Dustin, Lucas, Will y Once. Los propios creadores de la serie ponen el centro de gravedad del relato sobre este tema cuando, en el segundo capítulo, Mike tiene que explicar a Once qué es la amistad: “un amigo es alguien por quien harías cualquier cosa”, le dice. La mezcla de ingenuidad y misterio que rodea a este último personaje aporta a algunas escenas golpes de emotividad y humor muy efectivos. “Los amigos nunca mienten”, recuerda Once una y otra vez a lo largo de la serie.
La amistad es para estos personajes un camino de maduración compartido. En apenas ocho capítulos, el relato de este proceso corre el riesgo de caer en atropellos; sin embargo, la interpretación de los cinco amigos, tan llena de desparpajo y sencillez, imprime una cierta naturalidad a su transformación interior. Siguiendo la estela de Cuenta conmigo (1986), el encuentro con la muerte, el dolor y el sacrificio en los primeros años de adolescencia será la piedra de toque de dicha maduración.
En los rasgos que definen a algunos de estos personajes se intuye una sutil condescendencia hacia la ideología de género. La expresión más elocuente de este subtexto la encontramos en los personajes protagonistas: Mike (Finn Wolfhard), un niño de rasgos andróginos, y Once, una niña de pelo rapado cuya identidad sexual es cuestionada por varios personajes de la serie y, tal vez, por el propio espectador.
“Nadie te creerá”
La mirada nostálgica es el ingrediente estrella, que ha atraído la atención de un público cautivo por los clásicos ochenteros de ciencia ficción
Muchos de los personajes de Stranger Things pertenecen a lugares comunes de la ficción audiovisual –cine y televisión–, y más de uno creerá habérselos topado en otras ocasiones: el jefe de policía desencantado, la madre en estado de shock, el adolescente tímido, el amigo gordo y gracioso… No obstante, hay un arquetipo que destaca entre los demás: el “intruso benefactor” –según el término acuñado por Balló y Pérez en La semilla inmortal– encarnado por el personaje de Once. Se trata de un tipo de personaje que visita a una comunidad en crisis con un mensaje de esperanza que solo unos pocos –los niños, o los que se hagan como ellos, como ocurre con el personaje que interpreta Winona Ryder– podrán comprender. “Puedes contárselo a alguien, pero nadie te creerá”, se dice en un diálogo entre amigos del capítulo quinto.
El modo en que está planteado el personaje de Once muestra un claro paralelismo con el personaje de E.T., otro intruso benefactor. Los hitos marcan la trayectoria de ambos personajes son muy similares, e incluso hay algunas escenas que siguen el mismo patrón visual y narrativo.
La huella de Spielberg en Stranger Things también se hace notar en la aparición de uno de sus grandes temas: la ausencia del padre, o la presencia de un hombre incapaz de ejercer dicho papel. Esta es una constante que atraviesa toda la serie; los pocos padres que vemos son tipos fracasados, crueles o sencillamente ineptos, como el padre de Will, el de Once o el de Mike. El sheriff Hopper (David Harbour) es la excepción: un personaje con luces y sombras, cuidadosamente construido, que recorre un tortuoso camino de redención.