La palabra que mejor define la última película de Stephen Frears, La Reina, es la de “sorprendente”. Sorprendente por la capacidad de entrar en un tema tabú (la muerte de Diana de Gales) y no hacerlo de puntillas, pero sí con suma elegancia, respeto e incluso ecuanimidad. Sorprendente porque en vez de hacer un documental opta por una película convencional. Y sorprendente porque entra hasta el fondo en las alcobas de la Reina de Inglaterra y no se hunde el mundo.
Este es el argumento. Cuando la noticia de la muerte de Lady Di golpea al mundo entero, la reina Isabel II se retira tras los muros del castillo de Balmoral con su familia, incapaz de comprender la respuesta masiva y entregada del pueblo a la memoria de Diana. Cuando se desbordan las muestras populares de emoción, Tony Blair, primer ministro recién elegido, debe hallar la manera de reconectar a la Reina con su pueblo, cada vez más distante de su soberana.
Este original argumento da lugar a un film que por un lado está lleno de humor e ironía, y por otro ofrece un ejercicio brillante de alta política. Dos mundos aparentemente opuestos se ven obligados a dialogar. La familia Blair es moderna, desenfadada, su esposa es antimonárquica y ambos quieren superar formalismos y anquilosamientos institucionales. La familia real está apegada a sus ancestrales costumbres, y es reacia a cualquier cambio o innovación.
Este contraste está magníficamente gestionado por Frears y por los actores protagonistas, Helen Mirren y Michael Sheen, que superan con éxito la dificilísima tarea de dar vida a personajes tan conocidos. Una auténtica joyita en la filmografía de ese grande del cine que es Stephen Frears.