Los Ángeles, California. Tracy, 13 años, es una estudiante aplicada, apegada a su madre, una peluquera divorciada, enamorada de un tipo que acaba de desengancharse de la droga. Tracy entablará amistad con la hasta entonces inalcanzable Evie, la «reina del instituto», una adolescente hispana que la arrastrará al abismo.
Thirteen supone el debut como directora de Catherine Hardwicke, antes diseñadora de producción en títulos como Tombstone, Tres reyes o Vanilla Sky. El guión lo firman Hardwicke y Nikki Reed, hija adoptiva de la realizadora, que revive algunas de sus vivencias personales, e interpreta, además, a la chica que corrompe a Tracy.
Los cambios de la personalidad de Tracy
van a la par con los de su vestimenta
Retoma Thirteen (premio a la dirección en el último festival de Sundance) los estereotipos mil veces vistos en comedias teen -el patito feo de la clase que quiere llegar a ser como la chica cool del instituto- para retratar a una parte de la adolescencia norteamericana, que se mete en la boca del lobo (drogas, sexo, hurtos, engaños y doble vida) con pasmosa facilidad.
Como Elephant o algunos pasajes de Bowling for Columbine, Thirteen puede funcionar como una brutal llamada de atención sobre el desamparo de muchos adolescentes norteamericanos seducidos por el materialismo hedonista que difunden los mensajes publicitarios, el cine y la televisión. La problemática que plantea la película tiene plena actualidad: California es uno de los catorce Estados que han incluido la educación ética en los planes de estudio de todas las escuelas (ver servicio 4/04).
El seguimiento de los patrones de la moda en la indumentaria, el ocio y los modelos de conducta son algunos de los temas abordados, junto a la falta de autoridad y coherencia de los padres y la falta de referentes morales en la escuela. La película refleja bien la compulsiva obsesión de las chicas por superar a sus compañeras en atractivo sexual, con eternas sesiones de maquillaje, tatuajes, piercings, etc. Hay un buen retrato de los cambios en la personalidad de Tracy, que van a la par con los de su vestimenta. La cantante Britney Spears y la actriz Jennifer Lopez son para Tracy y Evie el modelo que imitar, el puerto de destino, la encarnación del éxito.
Pese a algunos cabos sueltos en el guión (el personaje de la madre no está bien construido y carece de verosimilitud), a la innecesaria crudeza de algunas secuencias y a un episodio exhibicionista absolutamente superfluo, el descenso a los infiernos de Tracy da mucho que pensar. Estamos ante una película muy dolorosa, a ratos muy desagradable, que puede resultar útil para padres y educadores.
Alberto Fijo