De regreso a Roma, el general Tito Andrónico sacrifica a uno de los prisioneros godos, hijo de la reina Tamora, a los manes de los veintiún hijos que perdió en la campaña. Tamora, con ayuda de su amante -el taimado moro Aarón- y del vanidoso emperador Saturnino -que se ha casado con ella-, se venga cruelmente de Tito. Pero éste, a su vez, logra destruir a sus enemigos de un modo refinado y atroz, mientras un ejército godo avanza sobre Roma.
Tito Andrónico, primer éxito teatral de William Shakespeare, es un fiel reflejo de cierto teatro popular de entonces, conocido como «tragedias senecanas», en las que lo importante era que apareciera mucha sangre. Por eso todos los horrores de Séneca se dan cita en esta tragedia. Posteriormente, cuando Shakespeare ingresó en el Olimpo, los bienpensantes discutieron su paternidad: el autor de Hamlet no podía haber escrito semejante horror. Hoy día simplemente se considera una obra mediocre de un gran autor.
Titus ha recibido tantas críticas como elogios. Se trata de una película sorprendente. La obra era difícil de llevar a la pantalla, y Julie Taymor (Frida) arriesgó tanto en su elección como en la sugestiva puesta en escena, a tono con los tremendos versos de Shakespeare: barrocos decorados, suntuoso vestuario, violentas pasiones y el extraordinario duelo de personalidades Titus/Hopkins-Tamora/Lange. Todo es desmesura en Titus, a mi entender, con acierto. La clave está en la obra misma: el Tito Andrónico de Shakespeare no es una obra seria, y Taymor tiene razón al tratarla con ligereza. Sin que le vacile el pulso, la directora combina la antigüedad romana con la estética fascista de las dictaduras del siglo XX. ¿Recurso pretencioso? Sin duda, y conveniente también. La fastuosa puesta en escena realza cada una de las pasiones desatadas y cada uno de los horrores que Shakespeare nombra: ambición, odio, sexo brutal y violencia. Todo ello está más presente en los versos que en las imágenes, aunque éstas no faltan, sobre todo en la segunda mitad del film.
Obra teatral y película, por tanto, no tienen más objetivo que entretener a un público que antes se entusiasmaba con estas tragedias espeluznantes y ahora disfruta con films como Scream, Pesadilla en Elm Street… o Hannibal. Si la historia no está a la altura de lo que uno quisiera que fuera William Shakespeare, «responda Shakespeare y no yo».
Fernando Gil-Delgado