Asghar Farhadi ha logrado la proeza de ganar en dos ocasiones el Oscar a la mejor película extranjera, con Nader y Simin, una separación y El viajante. No extraña, porque a pesar de transcurrir en Irán, las tramas atrapan, son universales y muestran tipos humanos y conflictos reconocibles. Es el caso también de Todos lo saben, ambientada en un innombrado pueblo viticultor español, tal vez de La Mancha, con actores españoles y argentinos, y hablada en la lengua de Cervantes. Lo que se cuenta podría ocurrir en cualquier lugar del planeta y, al mismo tiempo, la narración está “coloreada” con elementos muy hispanos.
Farhadi, director y guionista, demuestra una gran habilidad para describir cómo un motivo de fiesta –la boda de una joven, que propicia la llegada de su hermana y sus sobrinos de Argentina, y de muchos otros invitados, junto a los reencuentros con entrañables figuras del pasado– deviene en intenso drama, con un punto de intriga cuando la adolescente Irene desaparece.
Farhadi logra cambiar el tono de la narración de un modo asombroso; nada chirría en ese difícil punto de inflexión. Todo apunta a un secuestro; hay miedo a denunciar los hechos a las autoridades, y la sensación de que alguien del entorno cercano ha facilitado la acción conduce a que afloren rencores clasistas y sentimientos amorosos soterrados.
La película es muy coral, con personajes dotados de rasgos específicos y reacciones bien descritas. Aunque tal vez sobresalen los papeles de Javier Bardem y Penélope Cruz. Sus roles están muy bien definidos y saben encarnarlos: el primero, con hábil contención; y Cruz, con el sufrimiento que cabe esperar en una madre por su hija.
