Cualquiera diría que, sobre los Kennedy, cayó una maldición: de cuatro hombres en el clan, dos asesinados, entre ellos, un presidente de los Estados Unidos, JFK, y otro, muerto en un accidente de avioneta. El más pequeño, Edward –Ted–, fue senador por Massachusetts, y todo apuntaba a que podía llegar a ser un nuevo candidato a la presidencia de los Estados Unidos. Todo se truncó el 18 de julio de 1969, en la isla Chappaquiddick (Massachusetts).

Ese día, después de una fiesta con algunos miembros de su equipo y alguna copa de más en el cuerpo, el senador tiene un accidente de coche: al salirse de la carretera, se precipita al agua. Consigue salir, pero no su acompañante, Mary Jo Kopechne, antigua secretaria de su hermano Bobby. Ted, bloqueado psicológicamente por la situación, no sabe cómo reaccionar y se larga. Unas horas después se avisa a la policía, pero ya no hay nada que hacer: Mary Jo fallece ahogada. Entonces se pone en marcha toda una maquinaria política para intentar salvar la situación del senador que pudo llegar a ser presidente de los Estados Unidos.

Es curioso que una historia de finales de los años 60 sea tan actual: a la orden del día están las fake news y la llamada “posverdad”, que esconde mentiras o verdades a medias. Jason Clarke interpreta muy bien al Kennedy que tuvo que lidiar con el gran dilema sobre si la verdad y la honestidad son importantes para ser un buen político. Y el espectador contempla, no sin estupor, que a veces la política o, mejor dicho, los que están detrás de la política, harían cualquier cosa para convencer a su pueblo de lo que no es. ¿Habría sido lo mismo en un contexto actual, donde las redes sociales controlan la verdad de muchas de estas mentiras?

De esto va El escándalo Ted Kennedy. Y John Curran, que ya demostró buena mano para mostrar el alma humana en El velo pintado, realiza un buen trabajo. También gracias a un guion bien trazado, que sabe introducir las dosis necesarias de historia en cada momento, el espectador se mete muy bien en la piel del protagonista.

No se trata, pues, de un caso de corrupción destapado por la prensa, como muy bien reflejan Los archivos del Pentágono o las clásicas Primera plana o Todos los hombres del presidente, pero sí de una historia que plantea muchos “peros” a la política y al valor que tiene siempre la verdad. No es, ni mucho menos, una película del nivel de las mencionadas, pero sí muy interesante, bien medida y que vale la pena ver para conocer algo más de la historia estadounidense más contemporánea.

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