Once años han pasado desde el estreno de Toy Story 2, una secuela excelente, la tercera película de Pixar y la primera totalmente creada, masterizada y exhibida en formato digital. Toy Story, la primera producción de Pixar, es de 1995 y fue el primer largometraje animado generado íntegramente por ordenador.
Sin asomo de grandilocuencia, se puede escribir que Toy Story 3 es la mejor tercera parte de la historia del cine, amén de una de las mejores películas animadas.
No quiero seguir sin hacer una advertencia, especialmente necesaria: todos mis comentarios se refieren a la versión original, que ha contado con unos actores sensacionales que logran registros de voz inolvidables. La versión doblada será mucho menos sutil, mucho menos graciosa, teniendo en cuenta el esmero con el que Pixar cuida el audio de sus producciones y el importantísimo papel que tiene la lengua castellana en el clímax de la película, una sorpresa que en buena medida se explica por la presencia de españoles en el equipo internacional de animadores de Pixar.
Toy Story 3 es una película muy divertida y amena, conmovedora, a su manera profunda y muy seria, con momentos de un arte arrasador, acción a raudales, giros de guión excelsos y uno de los mejores finales que ha rodado la factoría Pixar (y los tiene buenísimos: basta recordar el de Monstruos S.A.).
La audacia de Pixar, su extraordinaria creatividad, sigue sorprendiéndonos. En la película anterior, Up, contrataron a Thomas McCarthy (The Visitor) para que ayudara en el guión. Esta vez, lo han confiado por completo (le han entregado la historia) a un guionista sin experiencia en animación y con una sola película a sus espaldas, que poco tiene que ver con Toy Story 3, tanto desde el punto de vista temático como del tratamiento. Michael Ardnt, ganador del Oscar al guión original por Pequeña Miss Sunshine, ha hecho un trabajo fabuloso, con una trama, unos conflictos, unos puntos de giro, una escritura de diálogos, una evolución de personajes y unas situaciones de humor delirante que dejan al espectador hechizado.
Sumen a lo escrito una animación impecable, unos fondos trabajadísimos (el diseño de la guardería es un alarde de inteligencia), un brillante tratamiento del color y de la luz, la inspiradísima música de Randy Newman, la precisión del montaje y unos nuevos personajes (ese desgarrador oso de peluche abrazador con sabor a fresa) diseñados con la habilidad del mejor orfebre: el resultado final es sencillamente deslumbrante. Y para colmo, el aperitivo en forma de corto es ingenioso -a nivel técnico- hasta decir basta.
La sombra de Lasseter (productor ejecutivo) es alargada, o dicho de otra manera, gran parte del mérito es suyo. No es casual el sentido y explícito homenaje que incluye Toy Story 3 a Hayao Miyazaki, tan querido y admirado por la familia Pixar, muy presente en toda la película, pero de manera evidente con la presencia de Totoro, el personaje predilecto del director japonés. La manera de hacer trilogía de los autores de la historia (Lasseter, Stanton y Docter), llevando a los juguetes al cambio generacional que supone la entrada de su dueño, Andy, en la universidad es habilísima y sería imposible sin la inspiradora experiencia familiar que confiesan abiertamente sus creadores. Se puede decir más alto, pero no más claro: sin el aprecio -el orgullo- por la familia, por el matrimonio, por la paternidad y la maternidad, que hay en Pixar; el flexo de la “i” de Pixar no alumbraría de una manera tan potentísima.