Tyler tiene 18 años, una situación privilegiada y unos padres protectores y exigentes. La aparente estabilidad estalla en un drama desgarrador que golpea a la familia. Emily, la hermana pequeña, intentará retomar su vida gracias a Luke, un chico de su escuela.
Shults cuenta un extenso melodrama juvenil dividido en dos partes: la primera, con una estética frenética y videoclipera alrededor del protagonista, y la segunda, luminosa e intimista, centrada en su hermana Emily. Dos caras de una historia en torno al dolor, el perdón y las relaciones paternofiliales, que se diluye en un festival de imágenes y música excesiva. Las loables actuaciones están limitadas por cierto maniqueísmo que nos distancia de los personajes.
En resumen, dos películas en una, que se pierde en su propio formato para contar algo que funcionaría con la mitad de tiempo.