Da gusto reencontrarse con un buen western. Ya sé que no escribo nada original pero es que, como han puesto de relieve muchos expertos en historia del cine, en el western de calidad se compendian las esencias del cine como relato audiovisual. “Nada más cinematográfico que un caballo al galope”, dijo Ford, quizás el mejor cineasta de la historia. Ves La diligencia y compruebas que es verdad.
Los Coen, después de varias películas poco logradas, ruedan una buena historia, que contiene una visión del Oeste entre la añoranza y el desencanto, pero exenta de cinismo. La factura es primorosa, con una música excelente de Carter Burwell y un reparto de campanillas. Es verdad que Hathaway ya llevó al cine en 1969 la novela de Charles Portis y lo hizo muy bien, con una música inolvidable de Elmer Berstein y con un magistral John Wayne, que ganó un Oscar postrero, merecido ya por seis o siete películas anteriores. Pero no está prohibido hacer versiones, y nadie diría que el remake de El tren de las 3:10 que estrenó James Mangold en 2007 es una mala película.
Los Coen han leído esta historia, con una voluntad de fidelidad al espíritu del original literario, precursor de la obra de Cormac McCarthy. Adoptan el punto de vista de Mattie Ross, una endurecida y tenaz chica de 13 años, que se niega a que el asesinato de su padre quede impune, “porque lo único que sale gratis en esta vida es la gracia de Dios”. El retrato que se hace del mundo áspero y brutal, sencillo y honesto, al que llega Mattie es inteligente porque las virtudes y los vicios retratados son veraces. Los Coen se sitúan más cerca del amargo Eastwood de Sin perdón que del Ford trágico y lírico de El hombre que mató a Liberty Valance y Centauros del desierto. La debutante Hallie Steinfeld está soberbia y a sus 14 años, en su primer largometraje, da la talla junto a unos espléndidos Bridges y Damon.
Una película notable con varios momentos sobresalientes. Ya es la más taquillera de los Coen.