Volavérunt, uno de Los Caprichos de Goya, se inspiró en las partes íntimas de una dama; La maja vestida y La maja desnuda son retratos que mezclan a la duquesa de Alba y a Pepita Tudó; Godoy era un seductor impenitente y estúpido; Goya tenía acento cubano; la Duquesa de Alba se extasiaba con el color amarillo Nápoles; la reina María Luisa de Parma tenía unos celos horribles de la de Alba; la corte de Carlos IV alucinaba con los «polvillos de los Andes»; las intrigas de palacio seguían las pautas de una novela de Agatha Christie en malo.
¿Suena lo anterior a disparate? No es de extrañar, pues el último film de Bigas Luna es eso: un disparate. Adaptación de la novela de Antonio Larreta -premio Planeta en 1980-, su primera parte, premiosa descripción de los amores y celos de los personajes, es capaz de agotar al mejor dispuesto. Y la segunda se asemeja a un thriller, en que se sugieren posibles asesinos (todos, de auténtica opereta), responsables de una muerte misteriosa.
Luna sigue ahí…, en la luna de sus obsesiones sexuales, prisma por el que observa todos los argumentos que lleva a la pantalla. Esta vez, a la inmoralidad de la historia, añade una falta de lógica interna. El director parece haberse centrado en el apartado puramente visual (hay un gran esfuerzo en la recreación de época, en la fotografía y los decorados), y olvida dotar a la historia de unidad y credibilidad. Las miradas en las que tanto dice haber trabajado resultan artificiosas, ralentizan el ritmo. Los personajes no se explican, no son de este mundo, ni de ningún otro; por eso resulta ridículo premiar a una correcta Aitana Sánchez-Gijón, que hace lo que puede. Así que es mejor prepararse para ver la otra película sobre el pintor aragonés: la magnífica Goya en Burdeos, de Carlos Saura. Pero ésa es otra historia.
José María Aresté