Pixar juega a superarse. Hoy por hoy no tienen rivales y compiten con ellos mismos. Y cuando se está a otro nivel y no se compite con nadie no importa demasiado correr riesgos. Ya los corrieron mezclando ratas y cocina o convirtiendo coches de carreras en protagonistas de un largometraje. El lema es “más difícil todavía”. Ahora se trata de una historia romántica, prácticamente muda protagonizada por dos robots sin apenas rostro y ambientada, en su primer tramo, en un mundo convertido en vertedero. Si con estas premisas consigues enganchar al espectador y divertirlo es que eres un genio. Y los genios juegan en otra liga.
El creador de esta entretenidísima y -vamos a decirlo ya- sensacional película es Andrew Stanton, que ha hecho para Pixar de todo, desde dirigir Buscando a Nemo y Bichos a escribir los libretos de Monstruos S.A. y Toy Story 2. La cinta arranca con la presentación de los dos personajes principales: WALL•E, un destartalado robot que se encarga de limpiar un planeta -Tierra- sepultado por la basura y deshabitado (los hombres han viajado a colonizar el espacio a base de centros comerciales), y EVE, una robot que inspecciona el territorio en busca de vida. WALL•E se enamora de EVE y decide seguirla por el espacio hasta el lugar donde se encuentran los humanos, unos seres obesos por culpa de la comodidad y un voraz consumismo.
Técnicamente, WALL•E funciona a la perfección, la expresividad de unos diseños cuidados al detalle y la sorprendentemente ajustada música hacen que no se eche de menos los diálogos (¿no es el cine imagen?; pues eso: todo se dice con la imagen). Pero es que además Stanton ha construido un guión de gran riqueza en el que se funden el romanticismo -antológico el divertido homenaje al musical Hello, Dolly!-, el humor, las referencias cinematográficas -desde 2001: una odisea del espacio a Chaplin- y la crítica social. En este caso, la cinta aborda la cuestión medio ambiental desde una perspectiva tan certera como alejada de lugares y banderines comunes. WALL•E pone el dedo en la llaga al señalar donde está la verdadera amenaza al planeta: una sociedad ahogada por el exceso de confort y consumo. Todo ello sin necesidad de mítines. Con muchísima gracia, una buena historia, unos buenos personajes y unos buenos efectos. Es decir, con una magnífica lección de cine.