Los Centinelas, extraordinarios robots creados con el único fin de descubrir y acabar con los mutantes, están a punto de concluir su tarea. Solo han sobrevivido unos pocos X-Men, y falta poco para que sean aniquilados. Tal es el dramático arranque de la nueva entrega de las aventuras de los héroes de Marvel.
Todo comenzó en 1973, cuando el profesor Trask desarrolla los Centinelas y trata de convencer a las autoridades de que el enemigo actual es el mutante. Su asesinato convence a las autoridades de que Trask tenía razón. El profesor Xavier y Magneto solo ven una manera de evitar el desastre: un viaje en el tiempo, a 1973, para evitar el asesinato de Trask y sus terribles consecuencias. Lobezno, único ser capaz de sobrevivir a tal viaje, irá al pasado y se encontrará con el profesor Xavier, Magneto y otros amigos suyos, entonces adolescentes.
Los X-Men de Bryan Singer –director o productor– siempre sorprenden por lo difícil que resulta combinar unos excelentes efectos especiales, inevitables coprotagonistas de la historia, con un plantel de actores solventes. Si además hay una buena historia, tanto mejor. Las anteriores entregas han funcionado como un tiro, muy merecidamente. La nueva historia mantiene el nivel de producción, efectos y actores de las anteriores pero es más floja: le falta buena parte de esa acción vistosa que tenían los capítulos precedentes de esta saga; nos escamotean a muchos actores y nos muestran una serie de conflictos que no se resuelven, que necesitarían otro par de horas para llevar a término.
Bryan Singer ha cubierto el expediente: la película es entretenida, tiene un público cautivo y será un éxito. Sin embargo, parece que su intención era rodar la próxima, y Días del futuro pasado es el aperitivo.
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