Ryszard Kapuscinski ha dedicado cuarenta años de vida periodística a analizar principalmente cuestiones africanas. Ha podido estar presente en los grandes acontecimientos del continente negro desde la independencia de Ghana en 1958 hasta las matanzas de Ruanda a mediados de los 90. Su libro va más allá de análisis coyunturales y combina la observación de lo cotidiano con la realidad política.
Este periodista polaco no ha frecuentado los palacios presidenciales, pese a haber conocido de cerca a personajes como Haile Selassie o Idi Amin. Ha preferido subirse a camiones atestados de gente, vivir en barrios populares, convivir en el desierto con los nómadas o adentrarse en la sabana. Así ha salido este libro de encuentros con África, un continente nada homogéneo y que, según Kapuscinski, constituye un planeta aparte. No tiene reparos el autor en narrar las atrocidades de los dictadores o de los señores de la guerra, pero la verdadera protagonista de su libro es la gente. El elemento humano es precisamente lo que hace que el África de las ciudades densamente pobladas o de los nómadas de las sabanas resulte muy cercana al lector. Kapuscinski consigue esta cercanía gracias a su buen hacer literario, en el que la aventura -la de los grandes sucesos y la diaria- se combina con la reflexión.
De la reflexión concluye el autor que estos últimos cuarenta años han estado marcados por una profunda decepción de los africanos. La decepción tiene su origen en las expectativas frustradas tras las independencia, pero también en la actuación de los políticos corruptos y los militares «salvadores». El resultado es esa imagen de África que se tiene en el exterior: hambre, niños esqueléticos, tierras secas, matanzas, SIDA, refugiados…
Hoy se piensa que estos problemas tendrán solución por medio de la ayuda al desarrollo, por el fomento de sistemas democráticos, la aparición de una nueva clase política… Kapuscinski recuerda sin embargo que un gran problema de África es la educación. No se trata solo de analfabetismo, sino también de la ausencia de «cabezas pensantes». Y es que los intelectuales prefieren un exilio dorado o el trabajo en las universidades europeas y norteamericanas. Además, la clase política y los intelectuales africanos necesitan un cierto cambio de mentalidad que, en definitiva, supone un poco más de autocrítica y la aceptación de las propias limitaciones. En resumen, tal y como señala Kapuscinski, África seguirá a la cola de los continentes mientras persista en echar exclusivamente a otros la culpa de sus males.