Península. Barcelona (2004). 124 págs. 12,90 €. Traducción: Zoraida de Torres Burgos.
En las décadas de los ochenta y noventa, triunfó un tipo de literatura centrada en el «management», con la que se pretendía sacar más rentabilidad a cada una de las funciones laborales, adaptándolas a los nuevos contextos económicos y sociales. Este tipo de literatura ha ido derivando hacia contenidos más humanos, de tal manera que ahora la mayoría de los libros relacionados con el trabajo desde esta perspectiva personal entran de lleno en la retórica del género de autoayuda: el mundo laboral como escenario para alcanzar la felicidad.
La proliferación de este tipo de libros significa también el descontento de un número cada vez mayor de trabajadores, que ven cómo el trabajo que desempeñan no satisface sus expectativas. Esta situación, que la autora de «Buenos días, pereza» describe de manera cómica, se da sobre todo en las grandes empresas del mundo occidental, donde se ha instalado una singular manera de trabajar que ha provocado nuevos puestos, nuevas cualificaciones y cambios en la estructura y organización empresarial.
Basándose en su experiencia personal -trabaja en una empresa de electricidad- y en la situación que se vive actualmente en las grandes empresas francesas, Corinne Maier, con un estilo desenfadado y provocador, ha escrito un breve ensayo en el que parodia el fracaso del mundo empresarial, que no ha sido capaz de aprovechar las cualidades de unas generaciones muy preparadas ni ilusionar a sus trabajadores.
El mensaje de Maier es que no merece la pena la lealtad a la empresa y que tampoco hay que compartir las ideas que ha generado la literatura del «management», a la que califica de vacía, insulsa y endogámica. Este tipo de libros ha fabricado un metalenguaje que sólo tiene sentido dentro de la empresa y que se retroalimenta con la multiplicación de reuniones, informes, dossiers, balances, seminarios, congresos, etc.
Con un cinismo desinhibido propone a los trabajadores que, sin enfrentarse con nadie ni cuestionar nada, finjan todo lo que puedan en su empresa con el fin de parecer que están trabajando. Maier dice que hay que trabajar sólo por lo que se cobra a fin de mes, porque «lo que haces no vale para nada»; por eso, hay que trabajar lo menos posible y dedicar un tiempo a venderse dentro de la empresa, donde lo que importa es la imagen y las apariencias.
El ensayo de Maier es superficial y deliberadamente cómodo en su discurso corrosivo. No aporta soluciones y sí unas cuantas frases ingeniosas. Quizá la pereza intelectual de la autora no da para más. A la postre, la «cultura antiempresarial» puede ser tan vacía como la que critica. Sin embargo, la popular recepción que ha tenido en Francia y en otros países es una muestra, quizás, de que Maier ha dado en el clavo a la hora de describir el aburrimiento existencial de tantos trabajadores.
Adolfo Torrecilla