Controvertido es el adjetivo que aparece recurrentemente a punto en Eugenio D’Ors. Y es que el reconocimiento de su talento puede ser unánime, pero es que además era… -y aquí se añade, a gusto de cada uno- pedante, enfático, académico, clásico, catalanista, azul, etc., algunos de esos adjetivos propinados por nombres tan eminentes como el suyo. Y es que vale que la pedantería en algunos no sea una forma de afectación, sino su manera natural de expresarse; vale que su estilo literario continúe siendo un deleite; vale que los intereses políticos que han purgado nuestra memoria sean desvelados, y vale que las buenas intenciones de D’Ors en favor de la vivificación del panorama artístico y cultural en España fueran encomiables. Pero se dice que de buenas intenciones está el infierno empedrado, y él quizás se empedró el suyo.
Dentro de una colección dedicada a las reediciones valiosas, ofrece El Acantilado este breve libro de D’Ors, que pasa por ser uno de los básicos de su producción y tan influyente como lo fueran Tres horas en el Museo del Prado o Tres lecciones en el Museo del Prado. De las cinco ediciones conocidas, esta última viene a consolidar el texto definitivo y a recordar la precocidad y la influencia con que D’Ors dio cuenta de Cézanne en España.
Partiendo de una fórmula, como de costumbre, controvertida («Cézanne es un aprendiz (…); hoy no pueden existir más que dos especies de artistas: los aprendices y los histriones»), gira en torno a seis Cézannes: el de la novela (se refiere a L’Oeuvre de Zola, para la que el pintor serviría de modelo); el de la leyenda (o la fortuna de su obra); el de la biografía; el creador de una obra (donde se clasifica su producción en veinte motivos que vienen a ser como obras matrices y se establecen los periodos de su producción pese al rechazo de D’Ors hacia este sistema); el del Ángel (concepto orsiano que define el punto de unión entre lo individual y lo ideal) y el recordado en su centenario. La imagen de Cézanne propuesta entre himnos es la de un profeta, un pintor que, lejos de disfrutar de un don innato perfecto, cultivó con ahínco el que tenía incluso en la edad avanzada, cuando aún aprendía; que se resistió al mal del artista moderno que es no saber ver.
Al final lo mejor es lo que siempre se espera al acercarse a una obra del autor: leer al propio D’Ors. Este ensayo ofrece la oportunidad de emitir un juicio personal y ajustado sobre Xénius a través de una buena muestra de su forma de trabajar.