Michael Sandel, profesor de Harvard, es conocido por su crítica a la filosofía política liberal de John Rawls desde una óptica comunitarista. Sin embargo, desde hace varios años trabaja en asuntos bioéticos, no sólo desde una perspectiva teórica, sino analizando la repercusión práctica que en EE.UU. han tenido los avances científicos. Durante tres años fue miembro del President’s Council on Bioethics, organismo asesor del presidente Bush.
De hecho, este libro aborda, de manera sencilla, gran parte de los asuntos que el Consejo ha tenido que tratar. Sandel introduce al lector, con una detallada exposición de los casos, en los dilemas a los que se enfrenta la bioética, desde la clonación de mascotas hasta la donación de esperma o la selección del sexo y los caracteres genéticos de los niños.
Con el caso de una pareja de lesbianas sordas que buscaban tener un niño de un donante también sordo, Sandel encuentra la pregunta filosófica clave que hay que plantear en el debate bioético: ¿qué es lo que resulta cuestionable: la misma elección de las características genéticas del hijo o las características elegidas? Para Sandel, la búsqueda de la perfección, que tradicionalmente ha caracterizado la práctica genética, esconde lo que, en términos éticos, resulta relevante: la posibilidad de que los padres elijan arbitrariamente el tipo de hijos que quieren tener.
El impacto que provoca un acelerado progreso técnico es tan profundo que excede el ámbito ético y exige plantearse cuestiones que bordean lo teológico. Cuestiones que, precisamente por su radicalidad, los políticos tienden a obviar.
Sandel parte de que la vida es un don recibido y, dentro de esta lógica, la paternidad, más que cualquier otra relación, enseña la “apertura a lo gratuito”. A estas intuiciones se opone lo que en EE.UU. se ha llamado “hiperpaternidad”: se cree que es misión de los progenitores garantizar a sus hijos un grado de perfeccionamiento. El autor ve en ello, sin embargo, una aspiración contraria a la norma del amor incondicional.
Pero las conclusiones de Sandel se refinan más todavía: aunque no hubiera ningún tipo de aspiración, algo falla en esa ambición que nos lleva a querer determinar genéticamente nuestra especie. Para pensarnos como seres libres se hace necesario que experimentemos nuestra libertad por referencia a algo que, por su propia naturaleza, no esté a nuestra disposición. Sandel coincide en este punto con Habermas: la eugenesia es rechazable porque promueve una actitud equivocada hacia el mundo, la de dominación y control.