Desde hace diez años Catherine L’Ecuyer es una referencia ineludible en el debate sobre la educación. Con la publicación de sus libros Educar en el asombro (2012) y Educar en la realidad (2015) ofreció una propuesta que, sustentada tanto en evidencias científicas como en una concepción antropológica de corte aristotélico, tenía como meta la apertura del niño a la realidad promoviendo y orientando su deseo de conocer. Los principales esfuerzos de la educación no se podían centrar en continuas innovaciones pedagógicas o en la incorporación masiva de las pantallas a los procesos de aprendizaje. Esos eran simples medios que no podían convertirse en fines, como estaba sucediendo en muchas ocasiones.
En su nuevo libro, L’Ecuyer confronta su propuesta con los modelos educativos más extendidos en la actualidad, de forma singular el romanticismo dominante. El malo de la película es Rousseau, para quien el niño lleva en sí las semillas del saber y la tarea de la educación no consiste en transmitir una tradición, un conocimiento y una orientación, sino en dejar que esas semillas broten por sí mismas. La heroína es Maria Montessori, la pionera de la educación basada en la realidad que en su día fue objeto de críticas e intentos de manipulación, y hoy lo es de interpretaciones rocambolescas.
El libro recoge los coloquios imaginarios entre Casilda, una sabia maestra jubilada y alter ego de L’Ecuyer, y Matías, un inquieto estudiante de magisterio. A lo largo de la conversación, Casilda desmonta los “neuromitos” carentes de toda base científica, como el de las inteligencias múltiples, el enriquecimiento o la estimulación temprana; desmitifica la “didactitis”, que lleva a priorizar las metodologías de aprendizaje sobre los contenidos que deben ser enseñados; critica a los nostálgicos de “la letra con sangre entra”; identifica los efectos negativos para la educación de la precoz y acrítica incorporación a las aulas de la tecnología digital; y denuncia el riesgo de que tanto el mercado como la política conviertan las escuelas en instrumentos para satisfacer sus intereses. “No podemos permitir que las leyes del mercado, las empresas y las exigencias del mercado laboral dicten lo que vale la pena ser aprendido y lo que no”, afirma.
Pero el objetivo de Casilda no es criticar lo que hay, ni solo proponer una alternativa atrayente. Con su repaso por las teorías pedagógicas busca que padres, profesores y responsables de las políticas educativas reflexionen acerca del modelo más idóneo para los estudiantes. En la medida en que los padres conozcan bien las opciones educativas que existen, y los previsibles efectos en la vida de sus hijos, podrán elegir con libertad lo que consideren mejor. Pero no basta con que conozcan esas posibilidades. Tienen que poder acceder a ellas. De ahí que defienda que la libertad educativa no solo se asegura promoviendo la iniciativa de la sociedad civil, algo que se da por sentado, sino también garantizando el pluralismo educativo en la red de escuelas públicas.