Leer la correspondencia entre dos autores de la talla de Benjamin y Scholem constituye una verdadera aventura intelectual. El primero es uno de los pensadores más abstrusos del siglo XX y la fama que se le hurtó en vida (tuvo problemas económicos, fue rechazado en la universidad por su origen judío, soportó innumerables negativas de publicación de sus escritos y finalmente se suicidó) se le ha devuelto con creces tras su muerte. El segundo, experto en la cábala, representa uno de los baluartes del mundo intelectual judío y el principal impulsor de la cultura judía como cultura distintiva.
En estos textos, sin embargo, el importante es Benjamin y seguramente Scholem no rechazaría ser conocido como el interlocutor más íntimo de un genio. De hecho, ya publicó un libro sobre su amistad con Benjamin, en quien veía una de las mentes más profundas e inteligentes del siglo XX. Las cartas, que son en muchas ocasiones como apuntes intelectuales de Benjamin, poco dado a las exposiciones sistemáticas, constituyen también un valioso testimonio de la vida de estos dos pensadores.
Pese al protagonismo que asume Benjamin, en el que las ideas nacen como fogonazos, hay que decir para ser justos que Scholem fue decisivo para su formación. Benjamin, que erróneamente ha sido adscrito a la Escuela de Frankfurt, tuvo más inquietudes religiosas que políticas. Intentó desmarcarse de un clima secular y, aunque con tentaciones mesiánicas, en su obra se entremezcla historia religiosa e historia profana. Todo, evidentemente, desde el prisma del judaísmo.
Benjamin se supo, ciertamente, apátrida, desheredado, y la conciencia de su situación fue lo que le llevó a rehuir compromisos con el sionismo o el comunismo. Tanto esto como la incomprensión que sufrió su obra garantizaron en cierto modo su fama de intelectual libre. Es cierto que el Benjamin que aparece en estas cartas, con su tendencia a la desesperación, su mirada nostálgica y sus preguntas sobre la redención, poco tienen que ver con el intelectual icónico que ha diseñado el marxismo. De ahí surge el interés de estas cartas, no tanto para asentir a los esbozos de su posible filosofía sino como ejemplo de pensador sugerente que una parte de la filosofía ha obviado y otra se ha apropiado con fines propagandísticos e ideológicos.
Por otro lado, esta correspondencia nos sitúa en las antesalas del Holocausto. Se dan a conocer detalles sobre el ambiente en Alemania y Palestina, donde residía Scholem, así como los subterfugios que empleaban los judíos para emigrar. Desfilan también los esfuerzos de muchos intelectuales judíos que hoy son desconocidos, pero también las miserias de otros más conocidos que negaron el auxilio o la ayuda a Benjamin en los momentos trágicos de su vida.