Cristianos en la encrucijada es un penetrante análisis del pensamiento político-religioso de aquellos intelectuales cristianos que adquirieron relevancia durante el período de entreguerras, pero que no han perdido actualidad. En los ocho autores que estudia el profesor Fazio, rector de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma) y autor de Historia de las ideas contemporáneas (ver Aceprensa 23/07), late una profunda preocupación por el tiempo que les tocó vivir, cuando surgía una cultura que daba la espalda a la trascendencia.
Fazio ha optado por separar a los ocho autores estudiados en dos bloques según la nacionalidad: ingleses y franceses. Cada uno de ellos comienza con una nota introductoria que contextualiza sus aportaciones. Después de una pequeña biografía, expone las líneas generales de sus ensayos.
Tanto en Francia como en Inglaterra se produjo a finales del siglo XIX y principios del XX un renacimiento del catolicismo, con figuras tan influyentes como Bloy o Péguy en un caso y el cardenal Newman en el otro. Berdiaeff -de origen ruso pero afincado en París- propuso una nueva Edad Media en la que se valorara lo espiritual por encima de lo material.
Maritain renovó la filosofía tomista, animó a muchos a convertirse, profundizó en el humanismo y propuso una nueva cristiandad sin renunciar al pluralismo. Entre este último y Berdiaeff puede situarse a Gilson, más conocido por sus memorables estudios sobre filosofía medieval, quien percibió la necesidad de un “orden católico”, con lo que se refería a la coordinación de los cristianos dentro de la sociedad civil, sin encerrarse en ámbitos privados. Por último, Mounier, padre del personalismo comunitario, se enfrentó tanto al individualismo como al colectivismo subrayando la importancia de la revolución personalista.
En Inglaterra, a comienzos del siglo XX comenzó a sobresalir Chesterton, quien, incluso antes de convertirse, realizó una simpática pero contundente defensa del cristianismo. Llegó a confeccionar, según Fazio, una filosofía del asombro que, a través de la percepción del mundo y de la vida como don, le condujo a Dios. Chesterton, como Hillaire Belloc -cuya obra también se estudia en estas páginas- se empeñaron en combatir el ateísmo y el materialismo en el ámbito de la cultura.
Más centrado en la historia, Dawson insistió en la aplicación de la religión a la vida, tomando el ejemplo de los primeros tiempos del cristianismo y de los santos: sólo a través del compromiso con la fe pueden volver a abrirse las fuentes culturales de la sociedad y de la cultura. El último autor al que se refiere Fazio es T.S. Eliot, que en La idea de una sociedad cristiana perfila un modelo social acorde con el cristianismo como remedio a los problemas de la sociedad inglesa.
Las soluciones que ofrecen estos pensadores son variadas, pero se pueden resumir algunas líneas comunes. En general, los pensadores estudiados afirmaron el carácter público del cristianismo, su implicación en las realidades temporales, sin confundirse con ellas. Creían que el proceso de recristianización dependería de la santidad de los creyentes, sobre quienes recaería la tarea de conciliar creencia y vida. Por último, fueron bastante críticos con la situación social y promovieron mejoras en este sentido.
Fazio no pretende detallar el pensamiento de estos ocho autores; subraya más bien las ideas centrales. Asimismo, ofrece una larga bibliografía tanto de los autores como de su tiempo histórico para el lector que desee profundizar por su cuenta.
Dos ideas se pueden extraer del libro: que el tiempo de crisis todavía no ha pasado -por lo que el cristianismo sigue estando en la encrucijada- y que si se quiere comprender el tiempo en que vivimos -e intervenir en él- estos intelectuales tienen todavía mucho que sugerir.