Palabra. Madrid (2001). 138 págs. 1.500 ptas.
Como señala Juan Luis Lorda en el prólogo, se trata de «una brillante síntesis teológica de los principales desafíos que el mundo actual y las corrientes de pensamiento postmodernas plantean a la Iglesia y a la teología». Abordar esta temática en tan sólo 120 páginas convierte este trabajo, paradójicamente, en algo más propio de especialistas que en una obra de divulgación. Forte, profesor de teología en Italia, miembro de la Comisión Teológica Internacional y autor de varios títulos, conoce a la perfección el pensamiento teológico y filosófico contemporáneo, y le basta dar unas cuantas pinceladas atinadas para describir un panorama complejo como el actual, lo que requiere por parte del lector una cierta familiaridad con ideas y nombres, que circulan aquí con notable rapidez.
Forte acepta la noción del historiador Hobsbawn que caracteriza el siglo XX como «el siglo breve», que empieza en 1914 y acaba en 1991. No sólo cae el Muro de Berlín: caen, con el comunismo, las ideologías nacidas con el racionalismo, y se abre paso el postmodernismo, que encierra al hombre en la carencia de verdad y de significado, y por ello en la nada. El cristianismo, abierto a la Verdad trascendente, pone al hombre en su sitio. Para anunciar el cristianismo, sin embargo, Forte afirma que no basta el recurso a la verdad. Tiene que ir acompañada del bien -en la necesaria síntesis de verdad y vida, dogmática y ética-, y coronada por la belleza, siguiendo así la senda del pensamiento de Von Balthasar.
Tras repasar ágilmente las respuestas teológicas a los nuevos planteamientos que surgen al comienzo de este siglo -destacando entre ellos el contraste entre globalidad y diferencia-, encontramos al final la obligada pregunta: ¿hacia dónde va el cristianismo? La respuesta, en el último de los cinco capítulos, se articula en una triple dimensión: la verdad vivida y como tal testimoniada; la vocación de servicio a la justicia, la paz y la armonía de lo creado, todo ello en la caridad; y la koinonía, o unidad en la verdad, de la que se siente una nostalgia generalizada. Tan fuerte es ésta en Forte, que le lleva a pedir que el cristianismo «no sólo reconozca los valores presentes en las otras religiones a la luz del criterio cristológico, sino que admita que las religiones pueden tener en sí mismas un valor de mediación salvífica, llevada a cabo con plenitud en el cristianismo, pero no por ello ausente en otras religiones» (pág. 113). Una idea que toma prestada de Rahner, y escribe originalmente antes de la declaración Dominus Iesus, pero que en todo caso parece llevar las cosas demasiado lejos.
Lo importante, es, de todas maneras, una sintonía de contenidos con lo que puede leerse en la Fides et ratio y la Novo millennio ineunte, y, en la misma línea, una tarea para una teología que no debe entenderse primariamente como una mera especulación teórica, sino ante todo como un servicio eclesial.
Julio de la Vega-Hazas