La historia moderna se ha construido durante los últimos siglos en torno al Estado Nación. Una mirada a la historia nos demuestra que esto no fue siempre así, pero lo que es más difícil de creer es lo que defiende este magnífico libro: esto no será siempre así.
Estamos asistiendo al paso de una sociedad de economía y comunicación descentralizada -el mundo de las naciones- a un mundo de redes distribuidas, hijo de Internet y la globalización, en el que las personas están dejando de definir su identidad en términos nacionales. La transformación de las relaciones sociales hacia las formas propias de las redes, flexibiliza los vínculos del territorio y potencia toda una serie de identidades que vienen determinadas por afinidades, intereses comunes y objetivos compartidos.
Las naciones irán difuminándose hasta convertirse en un elemento más, entre otros muchos y sin casi importancia, de los que conformarán las nuevas identidades y los nuevos valores, que a largo plazo acabarán superando y subsumiendo la visión nacional y estatalista del mundo. De las naciones a las redes no habla de un futuro probable, sino de un presente en el que la identidad nacional ha dejado de responder a las necesidades reales que provocaron su aparición.
El lector no encontrará las respuestas a las preguntas que se le han ido amontonando mientras leía el libro y tendrá que conformarse con una serie de intuiciones asistemáticas, algunas de ellas geniales. A pesar de apuntar una serie de tendencias y líneas básicas, los autores se niegan a ejercer de futurólogos dejando al lector con mucho que pensar.
Aunque hay una serie de factores entre los que podría surgir aquel predominante en la construcción de la identidad del futuro, más bien parece que asistimos al nacimiento de un mundo en el que la identidad estaría a su vez formada por planos de identidades y relaciones múltiples y complejas. En este mapa la identidad lingüística, que los autores vaticinan plural, tendrá un papel esencial.
Lo que los autores afirman sin dudar es que esta nueva identidad será conversacional o no será. Si, recordando el experimento que Waal relata en La política de los chimpancés, los autores apuntan que “una comunidad puede mantenerse sobre la conversación colectiva y su juego político”, enseguida se apresuran a resaltar que lo que otorga corporeidad y materialidad a una identidad conversacional es la economía, la existencia de un metabolismo económico subyacente.
Es como si no pudiera existir comunidad sin economía y aquellas que existieran, formadas por las identidades conversacionales en la red, estuvieran condenadas a la transitoriedad y la temporalidad de las alianzas. La duda es si esto dificulta la formación de identidades o, simplemente, afecta a una nueva configuración de estas.
Estamos ante un libro tremendamente provocador, en el mejor sentido de la palabra, porque provoca las ideas, las futuras reflexiones, y lo hace de una forma asequible al gran público. Un libro que desborda erudición, quizás excesiva en su opción por no traducir las citas, y que pone de manifiesto que sus autores llevan muchos años viviendo y pensando en red. Un libro en el que el relato, las imágenes ocupan un lugar fundamental, hasta el punto de que en ocasiones opacan el fondo de la cuestión, en un estilo que a algunos puede parecer poco académico pero que resulta atractivo, didáctico y sugerente.