Anagrama. Barcelona (1999). 470 págs. 2.950 ptas.
José Antonio Marina irrumpió en el panorama intelectual español en 1992 con Elogio y refutación de ingenio. Desde entonces, no solo sus libros, sino también sus colaboraciones periodísticas, han ganado terreno a favor de un pensamiento riguroso y asequible a la vez. No es de extrañar, pues, que sus obras sean bien recibidas e incluso esperadas. Esto último ha ocurrido con el Diccionario de los sentimientos, para el que ha contado con la colaboración de Marisa López Penas, especialista en documentación. Juntos han navegado por los diccionarios más importantes de la lengua española, desde vocabularios de finales del siglo XV hasta el último Diccionario de la Real Academia de la Lengua.
El que busque en esta obra un diccionario de diccionarios o un diccionario al uso quedará decepcionado. Porque, en primer lugar, se trata de un libro que puede ser leído de principio a fin, en su secuencia normal; de esta forma, resulta una narración descriptiva de la vida sentimental, la crónica de un viaje hecho por dos cartógrafos. Pero también puede utilizarse como un diccionario, a partir del índice de términos que aparece al final.
El Diccionario de los sentimientos nos enseña que no se trata sólo de aclarar unas palabras con otras, sino de intentar tender un puente entre el lenguaje y la experiencia. Sus autores entienden la semántica como una «esforzada expedición a los orígenes». Por eso, como ya se ha dicho, tenemos entre las manos un «diccionario cognitivo», cuya finalidad es relacionar el léxico con el conocimiento. Para los autores, un diccionario es «la caja de herramientas para tratar lingüísticamente con la realidad» y el suyo, «un estudio sobre la palabra que quiere ser una investigación sobre la realidad». Por eso, la alusión a la literatura, la psicología y la filosofía es constante. En este último campo tienen especial resonancia Vives, Descartes, Spinoza, Malebranche, Hume, Aristóteles, Séneca y Tomás de Aquino.
Para eliminar la frialdad aparente de una obra de consulta, los autores recurren a la ficción: el libro será escrito por Usbek, un investigador extraterrestre que quiere averiguar cómo funciona el alma humana y para ello sólo cuenta con lo que los diccionarios dicen acerca de los sentimientos. El lingüista extraterrestre consigue ahondar en el modelo mental que subyace en el léxico castellano. Usbek descubre que el mundo de los sentimientos es «mercurial y heterogéneo», que «cuando los humanos ven un árbol no se enarbolan, pero cuando ven algo triste se entristecen», que los sentimientos no se dan aislados, sino que forman un «universo afectivo».
Para llegar a sus conclusiones, los autores siguen un modelo lingüístico: la experiencia se parcela en representaciones semánticas básicas, que dan lugar a términos sentimentales; éstos se agrupan en clanes, y los clanes, en tribus. Así, cada tribu es el despliegue léxico de una representación semántica básica. Según este modelo, José Antonio Marina reconoce que el formato ideal sería un «hipertexto», que permitiría saltar de una constelación afectiva a otra, pero que en un libro resulta difícil usarlo; sin embargo, el índice final intenta paliar la limitación lineal del libro.
Se trata en definitiva de una gran obra dirigida a todos los filólogos, a todos los amantes de las palabras, a todos a los que les gusta leer despacio, porque están convencidos de que detrás de las palabras subyace la psicología de la vida: en este caso, de la vida afectiva.
Carlos Goñi Zubieta