Tras el éxito logrado con La sal de la tierra, Peter Seewald ha decidido tener y publicar una segunda ronda de conversaciones con el Card. Ratzinger, esta vez en la quietud impregnada de espíritu cristiano de la abadía de Montecassino. Mientras que en el primer libro buscaba respuestas a los argumentos contra la fe formulados «desde fuera», Dios y el mundo es un repaso de la doctrina católica para el creyente que se hace preguntas sobre su fe. Se estructura en tres partes: Dios, Jesucristo, la Iglesia.
El enfoque adoptado aquí tiene como resultado que no solo responde el Card. Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sino también el creyente J. Ratzinger. Se trasluce no solo la fe, sino también su fe. Incluso revela ese punto crítico cuya superación afianza definitivamente la creencia. Hablando de su actividad como profesor universitario, dice: «Temía que la forma en que manejamos el concepto de verdad en el cristianismo fuese arrogancia, incluso falta de respeto hacia los otros. (…) Finalmente logré comprender que renunciar al concepto de verdad significa renunciar precisamente a sus fundamentos. Porque una de las características del cristianismo desde el principio es que la fe cristiana no transmite de manera primaria ejercicios u observancias, como sucede en algunas religiones que consisten esencialmente en observar determinadas disposiciones rituales. El cristianismo aparece con la pretensión de decirnos algo sobre Dios, sobre el mundo y sobre nosotros mismos; algo que es verdad y que nos ilumina. Por eso llegué a la conclusión de que precisamente en la crisis de nuestra época, que nos suministra un cúmulo de datos científicos pero nos empuja al subjetivismo en las auténticas cuestiones referidas al ser humano, necesitamos de nuevo buscar la verdad y también el valor para admitirla».
A lo largo de las más de cuatrocientas páginas del libro asoman las distintas facetas del entrevistado: el profesor de teología -que pide una cierta preparación en el lector para captar en profundidad lo que manifiesta-, el cardenal custodio de la fe -que ve su función como un servicio a la Iglesia y a la verdad-, el sacerdote, y el hombre creyente, que declara rezar el rosario por la noche «con gran sencillez». «Cuanto más envejece uno, menos esfuerzos intelectuales se pueden hacer, y más se necesita un refugio interno y adentrarse en la oración de la Iglesia». También asoma el entrevistador, el periodista Peter Seewald, haciendo saber en el prólogo que lo que le conduce a esa imponente abadía, punto crucial en la fe y cultura europeas, no es solo el afán de aprovechar un filón editorial. «Abandonar la Iglesia –dice–, que desde hacía años me parecía vacía y reaccionaria, no es fácil, pero regresar es mucho más difícil aún. Uno no solo desea creer lo que sabe, sino también saber lo que cree».
Por lo demás, podrían destacarse dos cosas en este volumen. Una, la agudeza y originalidad en la presentación y explicación de la fe católica. La segunda es la particular atención que presta a la liturgia, que «nunca es solo la mera reunión de un grupo para celebrarse», sino que «en cierto modo es la liturgia celestial. Aquí radica realmente su grandeza, en que de repente se abre el cielo y nos adentramos en el coro de la adoración». Además, de principio a fin, es un diálogo entre alemanes cultos (la traducción es buena), y a la vez una obra que combina magistralmente la espontaneidad de la entrevista con la sabiduría en la exposición de una fe que es, por definición, católica, universal.