Hace tres años la geobióloga norteamericana Hope Jahren (1969) publicaba La memoria secreta de las hojas, un libro en el que enlaza el relato de su vida, hasta convertirse en una reconocida científica, con los aspectos más fascinantes de la vida de las plantas. Fue un éxito en todo el mundo.
Ahora combina de nuevo biografía y divulgación, pero en este caso con el objetivo de ilustrar el impacto de la acción humana sobre la tierra en el último medio siglo. Aunque a nadie se le escapa la velocidad e intensidad de los últimos cambios sobre el medio, presentarlos conjuntamente y de manera tan gráfica ayudan a convencerse de la necesidad de pensar dónde estamos y adónde queremos llegar.
El ensayo empieza recordando que hace 50 años vivían 3.500 millones de personas en el mundo y hoy más del doble. En este intervalo, la esperanza de vida ha aumentado 12 años, la mortalidad infantil se ha reducido a la mitad y la producción de cereales y carne se ha triplicado.
Frente a quienes sostienen que el crecimiento demográfico es la causa del cambio climático, la científica americana se inclina a pensar que el problema es la desigualdad y el exceso de consumo por parte de aquellos que se lo pueden permitir. Por eso, el leitmotiv de su libro es “consume menos, comparte más”.
Jahren es una divulgadora científica singular. A diferencia de otros autores que combinan la mentalidad cientificista con cierta superioridad moral, lo que les conduce a calificar al género humano de especie depredadora, ella no escribe desde unos postulados ideológicos determinados. Se limita a contar, de forma sumamente entretenida y documentada, nuestros hábitos alimentarios, cómo satisfacemos las ingentes y crecientes necesidades de energía, y el impacto de todo ello sobre la atmósfera, los océanos y la biodiversidad. Ahora bien, en vez de sembrar un pánico paralizante, ofrece un horizonte esperanzador, puesto que reconoce que el ser humano siempre tiene la posibilidad de cambiar.
Sin dejar fuera los enormes progresos alcanzados, asegura que las posibilidades de generar fuentes de energía renovables que reemplacen a las fósiles son limitadas y que, si queremos reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y evitar el incremento de la temperatura de la Tierra, debemos ir a un modelo de vida en el que utilicemos menos energía y compartamos más nuestros recursos.
En lugar de esperar que las instituciones del mundo se pongan de acuerdo en avanzar en esa dirección, la experta propone que cada uno de nosotros pensemos qué cambios podríamos hacer en nuestras vidas para reducir nuestra dependencia energética. “Jamás lograremos que las instituciones cambien si no somos capaces de cambiarnos a nosotros mismos”, explica.