«Me gusta este libro y no sé por qué» suele ser una expresión muy repetida cuando se pide a un lector que explique su opinión. En muchas ocasiones, las valoraciones que se manejan con los libros de ficción utilizan ciertos tópicos que poco contribuyen a explicar su calidad. Además, también influye en la opinión el motivo por el cual se lee un libro. Todo esto lleva a que, con frecuencia, las críticas sobre el mismo libro sean a veces dispares, por lo que puede decirse que existen tantos lectores como libros.
Sin embargo, contar con unas cuantas premisas analíticas a la hora de acercarse a un libro permite aprovechar mucho más esa lectura. Cuanto más datos se tienen, más se disfruta, o dicho de otra manera, «el placer intelectual no hace sino reforzar el placer sensual» (M. Adler y Ch. van Doren, Cómo leer un libro, Debate: ver servicio 79/96). Como opina Leo Spitzer, «Leer es haber leído». Quien lee a menudo puede comparar y profundizar, darse cuenta de las novelas que no consiguen perfilar unos personajes atractivos sino abusar de personajes inconsistentes y planos; aprecia qué peso tiene el narrador en la obra y cómo consigue que la trama parezca verosímil o se reduzca a un conjunto deshilachado de anécdotas; capta si la obra refleja acertadamente una realidad universal o por su afán de novedad sólo muestra unos problemas adulterados y falsos; discierne si el autor busca la originalidad temática y narrativa o si, consciente de que la literatura también es un negocio, emplea de manera deliberada los trucos más frecuentes de los best-sellers.
Una de las mejores maneras de analizar una novela es conocer bien sus mecanismos de construcción. Últimamente estamos asistiendo a un auténtico boom de experiencias didácticas (talleres de escritura y escuelas de letras) y de libros que reflexionan sobre el oficio de escritor (ver servicio 2/98). En esta línea sobresale uno de los últimos títulos publicados: El arte de la ficción, del novelista y profesor británico David Lodge. Este libro tiene su origen en unas breves columnas semanales que escribía para el suplemento de libros de The Independent on Sunday, y en ellas Lodge intenta «arrojar luz sobre los mecanismos y recovecos de la ficción». Está escrito para aquellos lectores que no se conforman con leer un libro de una manera superficial (o simplemente de entretenimiento), sino que desean profundizar en sus valores estéticos. De alguna manera, el libro de David Lodge, sin tener que recurrir al lenguaje especializado, desentraña los ingredientes de las obras de ficción.
Cada capítulo tiene una estructura similar: primero se recoge un breve extracto de una novela inglesa o norteamericana, clásica o moderna, que sirve de ejemplo para explicar la cuestión técnica que se aborde. Así, con este esquema teórico y práctico, David Lodge habla del comienzo de las novelas, de la misión del narrador omnisciente, de cómo debe mantenerse el suspense y el misterio, del recurso al lenguaje coloquial, de las limitaciones y posibilidades de la novela epistolar, del monólogo interior y el flujo de conciencia, de cómo se debe presentar a un personaje… La mayoría de los capítulos mantienen un brillante tono, aunque algunos, como los que abordan la presencia del sexo en la novela, se dejan llevar por las ideas más de moda. La explicación de estos mecanismos técnicos sirve tanto para escribir una novela como para orientarse en una lectura detenida, que intente valorar sus ingredientes y complejidad.