Zigmunt Bauman ha puesto en circulación -con éxito e influencia notables- el concepto de sociedad líquida, desde el que siguen fluyendo sus aportaciones recientes. En El arte de la vida se plantea el problema de la felicidad a la que podemos aspirar en una sociedad líquida, es decir cambiante, con lazos sólo temporales, con referencias móviles, inquieta, en continua e inestable búsqueda… Todo ello, pretendiendo buscar compatibilidades con el anhelo de una vida feliz que, en principio, se desea como una felicidad duradera, estable, plácida, segura, incluso garantizada.
El libro arranca con reflexiones provocadoras y agudas sobre las “miserias de la felicidad”. Subraya las notorias dificultades para alcanzar la felicidad que se nos promete con los medios que se nos ofrecen. Tanto más si “la cultura del sacrificio ha muerto” (p. 52). Provocadora e inteligentemente plantea la pregunta “¿qué hay de malo en la felicidad?”. Y nos mete por el camino de considerar críticamente la idea de que los que nos gobiernan, los que nos quieren, incluso nosotros mismos, pretendemos conseguir aumentar la propia felicidad, actuamos “para ser felices” con estrategias poco satisfactorias.
Las contradicciones entre el yo contemporáneo que prefiere para estar más a gusto compromisos flexibles y la pretensión de una felicidad total es el atractivo núcleo del libro. Escrito después de una vida de reflexión sobre cuestiones-clave para acometer el problema como la transformación de la idea del amor (Amor líquido) o de la frustración provocada por el hiperconsumo (Vida de consumo), Bauman acomete una cuestión vital: ¿podemos ser felices? O mejor, ¿hasta qué punto podemos ser felices?
El proyecto de felicidad contemporáneo -al menos entre los intelectuales- estaría enmarcado por un objetivo compartido: “una vida finalmente tranquila” de la que hay que expulsar amenazas que nos asustan como el “temor a una muerte violenta, a vecinos indeseables o al fanatismo ideológico” (p. 66).
Le cuesta a Bauman salir del difícil reto que se ha propuesto, pero en su recorrido merece la pena acompañarle para ver la capacidad e idoneidad de los recursos que maneja. Por ejemplo, cuando contrapone las respuestas de Levinas frente a Nietzsche, apostando decididamente por el primero.
Al final, cuando quiere cerrar sus reflexiones tiene que volver a dejar planteada la cuestión en términos demasiado similares a como los empezó. “En nuestro entorno moderno líquido, la lealtad para toda la vida es una bendición empañada de muchas maldiciones. ¿y si las olas cambian de dirección y si las nuevas oportunidades nos llaman a reciclar los tranquilizadores valores de ayer para convertirlos en los amenazadores obstáculos de hoy, las apreciadas posesiones en lastres desalentadores, los salvavidas en pesos de plomo? ¿Y si los próximos y queridos han dejado de ser queridos pero siguen irritantemente próximos? De ahí la ansiedad: el temor de perder amigos o parejas mezclado con el temor de ser incapaz de librarse de aquellos a los que ya no queremos, junto con el temor de encontrarse uno mismo en el extremo receptor de la necesidad y resolución del amigo o la pareja que dice: “Necesito más espacio”. La “red” de relaciones humanas (“red”: el juego interminable de conectarse y desconectarse) es hoy la sede de la ambivalencia más angustiosa, lo que enfrenta a los artistas de la vida a una maraña de dilemas que causan más confusión que pistas ofrecen…” (p. 158).
Tomando en consideración seriamente las tendencias de un pensamiento que reivindica dejar de lado las cuatro “c”: continuidad, constancia, coherencia y consistencia. Y en la presencia de unas relaciones sociales que subrayan la inmediatez, la subjetividad, la diversión y la representación. Parece que Bauman no encuentra otro camino que ligar felicidad, arte y amor. Y todo, a pesar de que “el amor, en definitiva, se abstiene de prometer un camino fácil a la felicidad”.
Texto breve y sugerente. Serio y sincero. Relativamente claro. Un libro sociológico y de experiencia, escrito por uno de los más conocidos sociólogos vivos.