En la tarea de recuperar la obra del escritor coruñés (1885-1964), se reedita la más conocida, sobre la que el propio autor –como cuenta Andrés Amorós en el clarificador prólogo– dijo: “El mejor de mis libros: el que yo releeré”. Se trata de un homenaje de Wenceslao Fernández Flórez a su tierra natal que, a veces, se engloba en la literatura juvenil, porque ha sido a menudo texto recomendado en la enseñanza media. En realidad, como suele ocurrir con la mejor literatura, es un libro para todas las edades y no cabe duda de que los adultos disfrutarán con la lectura y calarán en el rico trasfondo del relato.
Aunque la primera edición de El bosque animado es de 1943, se ha sabido recientemente que en 1924 se había publicado ya algún fragmento; esto desautoriza a los que acusaban al autor de escapista, al publicarlo en los duros años de la posguerra. La protagonista es la fraga de Cecebre con los seres que la habitan, tanto humanos como del reino animal y del vegetal, en la tradición del folclore celta, lleno de fantasía y de lirismo, por lo que tampoco faltan ni los fantasmas ni las meigas ni la Santa Compaña ni la presencia de la muerte en el mundo de los vivos. Se trata de un canto a la vida tal como es, con luces y sombras, a través de personajes más bien arquetípicos de la cultura de la zona, porque la vida –leemos al final del texto– “es el eco que va y vuelve desde el infinito al infinito”.
Solo por la belleza de la prosa, de las descripciones del lugar, ya merece la pena leerlo, pues nos adentra en un panorama de colores, de olores, de sonidos, más sensorial que racional, pero lleno también de humanidad, de ternura y de comprensión, aunque nos topemos, a veces, con el mal. Pero quizá lo más destacado sea el humor sutil, la ironía inteligente, algo constante en la obra del autor.
Un acierto esta reedición, elegante y cuidada, que se suma a otros libros rescatados por la misma editorial, como los relatos de Tragedias de la vida vulgar.