Barataria. Barcelona (2006). 197 págs. 17,50 €. Traducción: Deborah Bonner y Mariano López Carrillo.
El autor nació en el Tirol austríaco en 1898, pero a los ocho años se trasladó a Ratisbona, donde uno de sus abuelos era cervecero; y en 1914, a Nueva York, donde trabajó en importantes hoteles. Se inició en la literatura en 1939, alcanzó bastante prestigio con libros para niños, algunos con ilustraciones propias. Escribió varias novelas, libros de viajes y colaboró en diversas revistas también como dibujante. Murió en 1962.
«El Danubio Azul» se publicó en 1945 en Estados Unidos. Toma el nombre de una cervecería de Ratisbona, donde el Danubio se llama Strudel, en la que se producen algunos de los acontecimientos decisivos de la trama. Anton Fischer ha sido el dueño de la cervecería durante años de prosperidad, de libertad y de paz, pero llegan tiempos de crisis económica, malvende el negocio y malvive con sus hermanas y con una sobrina cultivando rábanos en una isla del Danubio que no pertenece a nadie. Con el ascenso de Hitler al poder, la situación empeora y Anton, que planta cara a las autoridades locales del Partido, se convierte en enemigo, en perseguido, al que tan solo apoyan sus parientes, Frau Saltner, una vieja camarera de la cervecería, y el obispo de Ratisbona. La novela es la historia de esta lucha entre libertad y opresión, entre el bien y el mal. Entre ambos frentes, los que prefieren mirar hacia otro lado o hacia ninguna parte para evitar complicaciones.
Hay episodios grotescos, cómicos y trágicos. Hay trazos caricaturescos y momentos de lirismo para resaltar el contraste entre la opresión y el deseo de vivir en paz y de descubrir la alegría de lo cotidiano, como en la cena en la isla, de Anton y sus amigos, o en las evocaciones de los tiempos en que «El Danubio Azul» era un próspero negocio donde los pacíficos burgueses de Ratisbona charlaban y reían. Pero estos momentos de dicha se interrumpen de golpe y se pasa a la tragedia, a la angustia, a la persecución implacable de un régimen feroz. Al final, el lector se queda con la bondad, perpleja, casi ingenua, de Anton, de sus hermanas (santa Anna y santa Martha), de su sobrina Leni, del anciano obispo católico Ellos simbolizan que, a pesar de la fuerza arrolladora del mal, no todo está perdido. Hay que elogiar la excelente edición, que cuenta con magníficas ilustraciones del propio Bemelmans.
Luis Ramoneda