El autor analiza el sistema democrático en España, concluyendo que el desgobierno afecta a todos los ámbitos importantes del Estado. Esta situación no se reconoce, se oculta. Las políticas públicas procuran perpetuarse en el poder, ejerciéndolo en beneficio propio. La causa del desgobierno radica en que los partidos políticos han perdido sus señas de identidad: su ideología. Como consecuencia la democracia se ha convertido en una partitocracia.
En cada partido hay diferentes oligarquías que pugnan por colocar al frente a su líder. Sueñan con repartirse el botín que les da derecho el triunfo electoral. Se trata de convencer al ciudadano, mediante la manipulación, de modo que la personalidad e imagen del candidato ha sustituido a los argumentos racionales. Ahora se necesitan actores más que políticos. La cara más visible del desgobierno es la corrupción: una trama con diferentes peones, que se reparten los beneficios.
Este desgobierno también afecta a las administraciones públicas. Se sustituye la eficacia por la confianza, al preferirse la designación política de los puestos más relevantes. Esta supresión de la carrera funcionarial, con la consiguiente desaparición de los cuerpos, ha provocado que el funcionario pierda el estimulo para trabajar con eficacia; sabe que lo que cuenta es el servilismo político y la adulación personal. En el fondo, según Nieto, el mejor funcionario es el que nunca da problemas al superior. El intento de resolver esta ineficacia se ha probado de diferentes modos: todos infructuosos.
La descentralización ocasionó la duplicación de las administraciones, sumándose al desgobierno la descoordinación. Tampoco la tentativa de fomentar la calidad de los servicios mediante la evaluación a través de agencias estatales, ha resuelto nada. Ni el sistema gerencial ha logrado ser la alternativa deseada al sistema burocrático. El último estilo es la gobernanza, surgida con la globalización, como una red de interacción entre lo público y lo privado, cuyas características son: la participación, la transparencia, la eficacia y la coherencia. Este modelo, según el autor, tiene sus peligros porque convierte al Estado en un mero coordinador.
La máscara autonómica propuesta por la Constitución sólo ha conseguido duplicar la administración innecesariamente, saliendo triunfadores los partidos políticos que cuentan, ahora, con un mayor botín para repartir. El poder judicial tampoco escapa a la acusación de desgobierno. Los partidos políticos dominan el nombramiento de los jueces, que no se eligen por su competencia, sino por su fidelidad política. Muestra de este desgobierno es que la justicia española es tardía, desigual e ineficaz.
El libro es un agudo análisis de la realidad política. Destripa crudamente la situación actual, subrayando las claras intenciones de los partidos políticos deseosos de que continúe la partitocracia, que fomenta y mantiene el desgobierno. Un libro que no deja indiferente y que invita a la reflexión.