Verbo Divino. 2ª edición. Estella (1994). 463 págs. 1.900 ptas.
«Fundamentalismo» es una denominación acuñada a principios de este siglo en ámbitos protestantes de Estados Unidos. Ante la incapacidad de las iglesias protestantes para oponerse eficazmente a la modernidad y la teología liberal, este movimiento pretendió asegurar la consistencia de «los fundamentos» cristianos, tal como es entendido por los sectores protestantes-evangélicos.
Este tipo de protestantismo -dominante en Estados Unidos desde la primera mitad del siglo XIX y después en América Latina-, más que una Iglesia, es un clima que influye en diversas Iglesias. De sus dos ramas principales, el pentecostalismo y el fundamentalismo, éste crece rápidamente desde los años 60. Y, a mitad de los 70, con J. Falwell a la cabeza, logra un predominio indiscutible en Estados Unidos, gracias a la coordinación de una vasta red de recursos económicos y propagandísticos.
Pero lo más llamativo es su crecimiento en un continente tradicionalmente católico como América Latina, donde los protestantes han pasado de 10 millones en 1960 a 59 millones en 1993, de ellos la mayoría evangélicos. Este avance en tierras hasta hace poco ajenas es el tema del libro del colombiano Florencio Galindo. El autor, sacerdote vicentino, nos ofrece un estudio sugerente e importante sobre el influjo del fundamentalismo evangélico en América Latina, con sus antecedentes y repercusiones en lo religioso y socio-político.
Los líderes fundamentalistas se han preocupado mucho más de los programas de acción misionera y socio-política que de sistematizar sus creencias. Pero coinciden en una plataforma doctrinal, que se apoya en tres puntos:
1) La inspiración verbal e inerrancia de cada palabra de la Biblia, en concreto de la «King James Bible» (Biblia del rey Jaime), editada en 1611. Para ellos, la Biblia está exenta de error en todo lo que dice, ya se trate de afirmaciones sobre historia, geografía y ciencia, ya de afirmaciones teológicas.
2) Una peculiar visión del mundo: de una parte, afirman que el mundo está casi totalmente sometido al poder del demonio o del mal hasta que llegue su fin y, de otra, mantienen la proximidad de éste. Sus creencias conducen a un estilo de vida que exige la adecuada «alimentación» (oración, estudio de la Biblia) y la «abstinencia» del tabaco, café, alcohol, droga, etc. Y estas exigencias han resultado eficaces para su proselitismo en pueblos donde no pocos hombres gastan su jornal los fines de semana en bebidas alcohólicas, con las consiguientes tensiones familiares.
3) Una escatología que divide en siete periodos o «dispensaciones» la historia de la relación entre Dios y la humanidad. Se habría iniciado ya la última dispensación con catástrofes como las guerras mundiales, etc.
Su vertiente política se puso en marcha en 1974 con la coalición entre el fundamentalismo (factor religioso) y Nueva Derecha (factor político), que cristalizó en la Nueva Derecha Cristiana. La NDC participó activamente en la campaña presidencial de Reagan, apoyando el libre mercado, la preservación de los valores tradicionales (norteamericanos) y el anticomunismo militante.
Su proyección político-religiosa sobre América Latina cuenta con una táctica global, el plan llamado Amanecer. Su estrategia es «conquistar» a las personas clave de las naciones clave para que «caiga» toda la nación y sus limítrofes. Atienden sobre todo a los políticos, hombres de negocios, jefes militares, etc., y los invitan a almuerzos y días de trabajo en hoteles de lujo, pero sin descuidar el trato individualizado, también del pueblo sencillo al cual dirigen su actividad televangelista.
Para el fundamentalismo, el enemigo es el catolicismo, porque impregna la religiosidad y la cultura de Latinoamérica, que de «católicas» han de pasar a ser «fundamentalistas». Y lo han intentado con saña.
El libro de Florencio Galindo proporciona una documentada información sobre el despliegue fundamentalista en América Latina. En su análisis, atribuye a veces más importancia a la proyección social del fenómeno que al núcleo propiamente religioso. También requerirían más matices sus consideraciones sobre el «fundamentalismo entre los católicos».
Y sería deseable que no figurara la palabra «secta» para designar a los grupos protestantes. Pues si los católicos llamamos «secta» a los fundamentalistas, y ellos califican a la Iglesia católica como «la gran secta», al final no se sabe qué es «secta» y qué es «Iglesia» o «confesión» en el sentido técnico cristiano de estos términos.
Manuel Guerra