En El futuro y sus enemigos, Innerarity continúa la reflexión sobre la actividad política iniciada “hace varios libros”. La realidad política y social representa desde hace años el punto focal de su atención. En efecto, desde La transformación de la política (editada en 2002 y Premio Nacional de Ensayo 2003) continuando con La sociedad invisible (Premio Espasa Ensayo 2004) y El nuevo espacio público (2006), sus libros no han abandonado la mirada penetrante sobre esa realidad tan especial que es la política.
La permanencia en el área temática en la que se mueve no hace reiterativo su pensamiento, sino que lo enriquece progresivamente, a la vez que ayuda a captar una continuidad de fondo en el autor, con unos rasgos propios y característicos.
Elemento clave de tal estilo, configurador por otra parte de El futuro y sus enemigos, es su extraordinario “realismo práctico”, es decir, la impecable y metódica subordinación de sus propuestas y análisis a la consideración radical de la política como acción humana, es decir, como una realidad que sólo lo es porque el hombre la lleva a cabo. Las posibilidades y límites de la política derivan de que ésta es acción humana; el acierto del pensamiento político depende en gran medida de que las reflexiones se atengan en todo momento a tales posibilidades y limitaciones.
En la presente obra, Innerarity reflexiona sobre un aspecto determinante de la actuación humana y, por tanto también, de la política: el futuro. Podemos actuar y podemos hacer política porque hay futuro. El futuro y sus enemigos representa una prolongada y sostenida reflexión sobre la relación de la política con el futuro. Éste, que es condición de posibilidad de la política, es, a su vez, un ámbito de responsabilidad para nuestra acción colectiva. Lo paradójico estriba en que el futuro, por serlo, no es sin más una prolongación del presente y, sin embargo, hemos de poder conocerlo de alguna manera, si queremos actuar sobre él.
Ocurre, por otra parte, que la creciente complejidad y tecnificación de nuestras sociedades, acompañada de una mayor capacidad de innovación, y por tanto de transformación, hace que el futuro resulte más diverso del presente y menos previsible, por tanto, que en otras épocas. Cuanto mayor es nuestra capacidad de actuación sobre la realidad, merced al desarrollo de la ciencia y la tecnología, menos cognoscible resulta el futuro, porque las posibilidades de cambio aumentan enormemente.
Sin embargo, no podemos desentendernos del futuro. Ha cambiado nuestro conocimiento del futuro -que ya no consiste en una mera extrapolación del presente- y, consiguientemente, ha de cambiar también nuestra manera de relacionarnos y de actuar sobre él.
Innerarity aboga, de esta manera, por la esperanza política. La relación con el futuro no puede ser el fatalismo de lo inevitable, ni el optimismo moderno de un asegurado progreso indefinido. Nos encontramos ante una política postheroica, situada más allá del poder y la impotencia. La política no es ni todopoderosa ni irrelevante, por eso tiene que ser responsable. Nuestras dificultades para anticipar el futuro hacen más necesaria la política, “porque si fuera verdad que se ha acabado la política, ¿qué significaría esto para nosotros? Supondría el fin de ese limitado control sobre el destino que conseguimos las sociedades humanas cuando decidimos entre todos los asuntos colectivos, sin confiarlos al saber de los expertos, a la furia de los fanáticos o a la burocracia administrativa”.