Ediciones B. Barcelona (1995). 281 págs. 1.600 ptas. Edición original: Knopf. Nueva York (1995).
Hay que agradecer a Nicholas Negroponte, director del Media Lab del MIT, su capacidad para explicar cosas complicadas de forma sencilla. Y el hecho de que lo haga con cierto humor, sin esa actitud reverente, casi extasiada, ante la tecnología que se detecta a veces en trabajos de divulgación de este tipo.
No es preciso ser ingeniero de telecomunicaciones o especialista en informática para entender este libro, que es una reelaboración de los artículos que el autor ha publicado en la revista Wired. Pero sí conviene tener un mínimo de curiosidad sobre los cambios que la tecnología digital impondrá en nuestras vidas (y no sólo la industria de las comunicaciones en sentido amplio).
Negroponte ofrece muchas pistas, algunas muy sugestivas. Pero para comprender a fondo la naturaleza del mundo digital es preciso asimilar la diferencia entre átomo y bit. El átomo pesa, se transporta físicamente, pasa aduanas y fronteras, se gasta. El bit no pesa, viaja a enorme velocidad a través de redes (como Internet), no conoce aduanas, no se gasta. No todos los átomos se pueden transformar en bit: de momento, sólo el texto, las imágenes y el sonido.
A diferencia de los átomos (libro, videocasete, compact disc, etc.), los bits tienen una lengua franca y se pueden mezclar entre ellos, ya sean imágenes, sonidos o textos: de ahí nace la multimedialidad, que no tiene nada que ver con lo que habitualmente se entiende con esta expresión. Los bits, además, pueden ir acompañados de otros bits que, a modo de etiquetas secretas, explican su contenido. De esta forma, por ejemplo, podré recibir en la televisión-ordenador de mi casa la información meteorológica y elegir cómo quiero que aparezca: en forma de mapa, de mensaje sonoro, de texto, o como una mezcla de las tres. Los bits, que son los mismos, tienen esa versatilidad multimedial.
Negroponte afirma que después de la era industrial (predominio del átomo) y de la era de la información (ordenador; mass media), entramos en la era de la post-información: en vez de recibir lo que otras personas consideran que merece la pena imprimir o emitir, soy yo quien realiza la selección de lo que quiero recibir, de acuerdo con mis intereses y necesidades. Para ello, sin embargo, todavía faltan algunos años: de ahí que el autor se sienta obligado a justificar que haya usado los átomos (libro de papel) y no los bits para difundir sus ideas.
Diego Contreras