De la obra de Orhan Pamuk (1952), premio Nobel de Literatura 2006, hay en Aceprensa numerosas reseñas: La casa del silencio (5-09-2001), Me llamo Rojo (7-01-2004), Nieve (9-11-2005), Estambul (18-10-2006), La maleta de mi padre (12-03-2008) y Otros colores (29-01-2009). La más reciente, El Museo de la Inocencia, de 2008, se publica ahora en España. Es la primera del autor después del premio.
Quede por delante que este libro es un esforzado monumento literario. Puede incluso pensarse que el autor estimara que estaba emulando a Proust o a Joyce. El argumento es mínimo: los amores de un hombre de treinta años, Kemal. A punto de casarse, se enreda con otra mujer, una prima lejana, Füsun, en un tórrido amor tórridamente descrito. Rompe el compromiso con la novia, pero mientras tanto Füsun se ha casado con otro. Con la excusa de la parentela, Kemal pasa ocho años yendo casi todas las tardes a la casa de Füsun y sus padres, donde vive también el marido. No hay adulterio, sino un prolongado amor platónico. En memoria de ese amor el amante funda el Museo de la Inocencia. Al final hay una inteligente sorpresa y unas explicaciones que son quizá lo mejor del libro.
Pamuk estira el argumento al máximo, lo que a veces hace penosa la lectura. Probablemente un relato de sólo trescientas páginas hubiera bastado. Salva un poco la trama el trasfondo de la mágica Estambul y las alusiones a la reciente historia turca, desde los años setenta hasta hoy. Pero esos episodios solo sirven de contexto, sin que se profundice en ellos.
El estilo es premioso, muy literario. Hay un capítulo en el que durante varias páginas todos los párrafos empiezan por “A veces…” Hay alardes de este tipo, como en la descripción de los objetos mínimos que forman el museo, entre otras cosas las colillas de los más de 1.400 cigarrillos que se fumó Füsun durante los ocho años de platonismo… A veces pasa: los autores piensan que están escribiendo lo mejor y desde fuera se ve que no es para tanto. Pamuk es un gran escritor, pero ya se sabe que “quandoque bonus dormitat Homerus” (“de vez en cuando se duerme el buen Homero”), como apuntó Horacio en su Ars poetica. Lo de Pamuk en esta novela es una buena siesta.