Considerado como una de las voces más representativas de la literatura rusa actual, Varlámov consiguió prestigio internacional con su novela El acebuche, de 1995. También del mismo año es esta novela que ahora publica Acantilado y que demuestra la madurez narrativa de un escritor que plantea en sus obras conflictos contemporáneos con una mirada universal.
El nacimiento es, en apariencia, una narración muy simple: cuenta el inesperado embarazo y posterior nacimiento de un bebé no deseado y enfermizo que nace antes de tiempo, con los problemas que esto provoca. Tras doce años, el matrimonio está al borde de la ruptura. De hecho, los dos llevan vidas independientes, sumergidos en su trabajo; con su falta de comunicación, los dos han aceptado que su matrimonio se encuentra en vía muerta. Pero la sorpresa del embarazo cambia las cosas.
En capítulos alternos, la narración se centra en las vidas de los dos protagonistas y en cómo asumen la nueva situación. Ella siente que su vida, desangelada, tiene ahora un único sentido: el nacimiento de su bebé. Esto provoca cambios en su carácter y hasta en su manera de afrontar la vida. Incluso decide interesarse por la religión, bautizarse y rezar por el futuro de su hijo. Por su parte, su marido, que sólo vive para él, gracias al hijo que espera empieza a ver la vida con otros ojos. Eso sí, entre los dos hay tanto distanciamiento que ni siquiera la llegada de un hijo parece que vaya a solucionar los problemas de convivencia.
La narración es muy sobria. Apenas hay referencias temporales, aunque la acción transcurre en el Moscú contemporáneo. Poco sabemos de los personajes: ni sus nombres ni sus profesiones. El autor escribe desde lejos, sin implicarse mucho en el drama que están viviendo los protagonistas, quizás para esquivar la caída en lo melodramático.
Gracias a esta asepsia, El nacimiento es una novela profunda que aborda cuestiones plenamente existenciales. El nacimiento del nuevo bebé provoca radicales cambios en los dos personajes, que ven cómo la vida, hasta ahora plana, adopta una nueva dimensión, que tiene también sus implicaciones religiosas.
Y, de paso, la novela es una cruda crítica de la Rusia actual. La herencia comunista y el egoísmo posterior han dado forma a un país donde “no sólo no hay amor, no hay ni siquiera un respeto elemental de los unos por los otros”. A pesar de todo, el mensaje que se transmite es de gratitud y confianza en la vida, aun en medio del dolor: “el sufrimiento sólo indica que Dios no nos ha abandonado”.