Trotta. Madrid (2006). 189 págs. 14 €. Traductor: José Luis López de Lizaga.
Jürgen Habermas ya reflexionó sobre el terrorismo mundial con motivo de los atentados de Nueva York y puso de manifiesto la imposibilidad teórica de una guerra sin enemigos definidos -no lo es, para él, una red tan difusa como Al Qaeda-. Ahora amplía sus consideraciones para analizar dos formas de entender la política internacional: la realista, hobbesiana, y la cosmopolita de Kant. Ambas se enfrentan en el seno de la propia civilización occidental.
Al unilateralismo norteamericano, Habermas opone un modelo de sociedad internacional integrado jurídicamente. No es difícil entrever su decantación positivista, sobre todo si se tiene en cuenta que su postura sólo puede apelar a procedimientos formales para aprobar las normas. Con ello trata de buscar una salida airosa a la problemática multicultural, aunque lo hace al precio de relativizar en extremo el contenido de las leyes.
Un falso moralismo -en sí mismo intolerante porque para Habermas toda moral de contenidos lo es por definición- se esconde tras las acciones de la Administración Bush. ¿Es posible, se pregunta, imponer la democracia y los valores humanos por un medio tan antidemocrático como es una intervención armada? La negativa de Habermas contrasta con otras posturas, como la de Sharansky -«Alegato por la democracia»-, quien cree que es necesario acabar de cualquier forma con los «regímenes del miedo».
Habermas, sin embargo, no enuncia una teoría personal sobre la guerra justa; es más, para él resulta errónea la apelación a los fundamentos éticos que un comunitarista como Walzer plantea. En este punto se embrolla de nuevo en el círculo vicioso de los procedimientos: es legítima la intervención respaldada por el consenso en las Naciones Unidas. ¿No resulta demasiado ingenuo someterse acríticamente a ese juego de fuerzas tan peligroso en el seno de la ONU?
Para Habermas la sociedad mundial camina hacia la construcción de esa república cosmopolita soñada por Kant. Parte de un hecho: el Estado-nación es un anacronismo en la era de la globalización. El lector podría preguntarse, sin embargo, hasta qué punto los Estados serán capaces de ceder competencias soberanas a entes que, como la ONU, se encuentran tan cargados de buenas intenciones como de turbios intereses.
Habermas contrapone, como es habitual en sus ensayos, política y mercado. En este punto sus reflexiones son más solventes, pero pasa por alto que el éxito de la Unión Europea hasta el momento es principalmente económico. Critica, con razón, el déficit democrático de la UE y apela a la tradición judeo-cristiana -junto con las aportaciones greco-romanas- para elaborar la identidad común de los europeos.
Uno tiene la impresión de que Habermas detecta certeramente los problemas, pero a la hora de las soluciones soslaya las respuestas definitivas. El formalismo, tanto el jurídico como el ético, es un recurso fácil y frecuente, pero a la postre no deja de ser una renuncia a la labor del filósofo.
Josemaría Carabante