Taurus. Madrid (2005). 252 págs. 17 €.
Esta es la última obra que publicó Juan Ramón Lodares, lingüista que murió este mes en accidente de circulación. Este profesor de la Universidad Autónoma de Madrid reflexiona aquí sobre el creciente peso internacional del español. El autor aborda el porvenir de la lengua española desde diversos enfoques: gramática histórica, economía, sociología, derecho internacional, demografía, informática… para predecir un futuro prometedor al español.
Con una erudición desbordante, nos abre los ojos a algunas realidades a menudo ignoradas. Por ejemplo, frente a la idea de que el español progresó en América en los siglos XVI y XVII por medios imperialistas, Lodares, apoyado en autores como el hispanista inglés Henry Kamen y F. González Ollé, demuestra cómo durante los Virreinatos convivió con las lenguas indígenas y que fue en el siglo XIX cuando se produjo la españolización lingüística. El método Pentecostés -hablar a cada uno en su lengua- hizo que la evangelización mantuviese el uso de las lenguas amerindias más habladas.
Lodares advierte que quien piense que el futuro del idioma se juega en las aulas de lengua o depende de la Real Academia, se equivoca. Si el español no se diversifica en tantas lenguas como naciones hispanohablantes hay es, en parte, porque guionistas de las exitosas telenovelas escriben para que puedan entenderse en cuantos más países mejor. El léxico específico de cada país se aprende rápido y no dificulta en ningún modo la comprensión mutua.
El autor carga las tintas al hablar de la imagen del español, todavía asociada a menudo a una estrategia de expansión impuesta por el colonialismo y, por otro lado, a un tipismo de alpargata y de toque tercermundista que habrá que pulir urgentemente. La buena imagen ayudará a competir en la oferta del aprendizaje de segundas lenguas, afirma. Quizá esa mala imagen no sea para tanto cuando 50 millones de extranjeros estudian español -cifra en crecimiento-. También suena pesimista la amenaza que suponen las reivindicaciones de las otras comunidades lingüísticas peninsulares. Pocas sedes del Instituto Cervantes podrán mantener a profesores de euskera, catalán o gallego, mientras que las aulas de castellano se multiplican.
Lodares destaca también el potencial económico del idioma, y señala que en España el porcentaje del producto interior bruto que procede de la lengua es comparable al que origina el turismo. Anécdotas y ejemplos bien usados mantienen el interés del libro.
Al terminar, el lector se alegra de que el IV Centenario del «Quijote» haya promocionado la obra de Cervantes hasta los primeros puestos en las listas de libros más leídos. Hay que cultivar a los hablantes y posibles hablantes. Pero también es buena noticia que en Camerún o en Holanda los jóvenes estudien la lengua para entender las letras de Ricky Martin. Los cantantes latinos atraen audiencias absolutamente numerosas. «Una combinación de ambos sería tan ideal como posible», sugiere el autor. Habrá que confiar lo mismo en el Siglo de Oro que en la cultura de masas para garantizar que el español se mantenga como uno de las grandes lenguas maternas del mundo y se estabilice como uno de los canales más importantes de globalización.
Carmen Montón